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jueves, 17 de octubre de 2013

Velasco y la falacia revolucionaria. Por Agustín Haya de la Torre

A cuarentaicinco años del golpe militar de Juan Velasco Alvarado su valoración despierta aún encendidos debates. En parte porque los militares ocuparon el poder durante doce años, el periodo dictatorial más largo de la historia del Perú, sin tolerar ningún tipo de representación democrática.

Ninguna otra dictadura desde el siglo XIX se había atrevido a cerrar el Congreso de la República de forma definitiva. Sustentaban tal acto retrógrado en la negación absoluta de los partidos políticos como representantes de la voluntad ciudadana. Los ciudadanos desaparecieron de la política suplantados por el capricho del espadón.

El pretexto para asaltar el poder fue la crisis desatada en el primer gobierno de Fernando Belaunde Terry por las fallidas negociaciones con la International Petroleum Company. La empresa, símbolo de los viejos enclaves imperialistas, burló por décadas las leyes peruanas, negándose siquiera a pagar los impuestos adecuados.


Tal situación no justificaba en absoluto ninguna intervención prepotente de las fuerzas armadas, pues regía el régimen constitucional. Apenas en medio año el país elegía un nuevo gobierno y las tendencias electorales apuntaban a un seguro triunfo del Partido Aprista, encabezado nuevamente por su fundador.

Belaunde culminaba una gestión marcada por sus intenciones desarrollistas, con un desempeño interesante de la economía que durante tres años creció a tasas del 8%, aunque pasó por el trance de una devaluación. Soportó una cerrada oposición en el Parlamento, controlado por una alianza de ocasión entre el Apra y el odriísmo. Sus dificultades llevaron a severas disensiones internas en Acción Popular, que acabó por dividirse y romper su alianza con la Democracia Cristiana.

Los militares nacionalizaron el petróleo, aplicaron una extensa reforma agraria y crearon la comunidad industrial, como forma de participación laboral en la gestión y la utilidad de las empresas, lo que les valió cierto apoyo sindical. Siguiendo el modelo nasserista, impulsaron la creación de empresas estatales en la producción y los servicios, inspirándose también en algunos rasgos de la autogestión yugoslava.

Ello tuvo un impacto significativo, sobre todo al quebrar el poder económico de la vieja oligarquía terrateniente. Pocos hacendados entendieron que el propósito de los militares apuntaba a convertirlos en burgueses industriales mediante el canje de los bonos agrarios.

Entre sus más bochornosas acciones pueden contarse la ocupación militar de las universidades, la anulación del tercio estudiantil, la matanza de Huanta y la estatización de la prensa, un disparate que les costaría el poder.

Los golpistas negaban absolutamente las libertades y los derechos fundamentales, suprimiendo el Parlamento, las elecciones, los partidos y la libertad de expresión. Convirtieron a los peruanos en ciudadanos de segunda clase, para imponer por la fuerza de los tanques un militarismo obsoleto.

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