Jaicec Espinosa Sandoval
China, el gran pueblo continente de más de 1 300 millones de habitantes, que hace ya varias décadas impresiona al mundo por su gran crecimiento económico, el que le ha permitido sacar de la pobreza a más de 500 millones de personas, ha sido participe de un hecho sin precedentes en la historia del Perú, traduciendo al chino uno de los últimos libros del expresidente Alan García, Confucio y la globalización, e invitando a su autor para que presente el libro ante delegaciones de intelectuales, políticos y diplomáticos chinos.
Es preciso señalar para la historia, que nada de esta portentosa obra en favor del crecimiento y contra la pobreza de la China hubiese sido posible sin el rol fundamental que cumplió el dirigente chino y primer ministro durante 20 años de Mao Zedong, el carismático Zhou Enlai.
Hijo de una familia aristocrática, en los años 20s del siglo pasado, estudió y trabajó en Alemania y Francia, asistiendo al famoso congreso antimperialista de Bruselas de 1927. Se casó con una de las hijas del famoso pensador chino Sun Yat-sen, y fue quien rescato de las garras de la revolución cultural al hacedor del milagro chino, su protegido Deng Xiaoping. Además, en honor a la historia, fueron Zhou Enlai y Kissinger los arquitectos y constructores de la apertura de China al mundo occidental, abriendo las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China, las que se encontraban congeladas desde 1949.
Kissinger lo ha descrito como el personaje más extraordinariamente inteligente que él conoció, dotado de una infinita paciencia y de gran calidad humana. Cuando falleció, el pueblo chino se volcó a las calles, formando colas de kilómetros para darle el último adiós. Y lo que es más importante, luego de su entierro, aparecieron a fines de los años 70s, manifestaciones de jóvenes exigiendo mayor libertad para China, en dichas manifestaciones se invocaba y elogiaba el nombre de Zhou Enlai.
En esta línea de pensamiento y acción es valedero reafirmar los conceptos de Alan García sobre lo que nosotros debemos aprende de ellos como occidentales y ellos de nosotros. Así, el expresidente ha dicho con toda claridad y justicia: “Sigo creyendo que el mundo tiene que aprender de China, pero también, que China tiene que aprender del mundo. Buda aconsejaba el equilibrio”. Por eso auguramos que en un futuro no muy lejano, así como hoy hablamos del milagro económico chino, hablaremos del milagro político chino, con una mayor apertura política y social, tarea impostergable de la juventud china en este mundo globalizado e interdependiente.
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