El perdón que solicitan personajes como Abimael Guzmán, Antauro Humala y Alberto Fujimori, comparte rasgos que sus partidarios sintetizan en la justificación de sus delitos y en el imperativo supuesto de que la democracia debe reconciliar a los peruanos olvidando sus crímenes.
Los promotores de la amnistía al jefe de la banda terrorista basan su postura en algo así como que “la rebelión se justifica”, puesto que como existía pobreza y atraso entonces es correcto alzarse en armas. Causar 35 mil víctimas entre muertos, mutilados y desaparecidos, les parece parte de la “cuota de sangre” que los
peruanos debíamos pagar para que lleguen al poder.
Los promotores de la amnistía al jefe de la banda terrorista basan su postura en algo así como que “la rebelión se justifica”, puesto que como existía pobreza y atraso entonces es correcto alzarse en armas. Causar 35 mil víctimas entre muertos, mutilados y desaparecidos, les parece parte de la “cuota de sangre” que los
Lo que pretenden borrar de la memoria es que inician su accionar terrorista en el preciso momento en que los militares se retiraban a sus cuarteles, y empezaba un proceso de refundación republicana con la convocatoria de la Asamblea Constituyente. En ella pudieron participar todas las fuerzas políticas que lo quisieran hacer y así fue que se forjó una nueva carta política asentada en los derechos humanos.
Sendero Luminoso se alzó en armas contra la libertad y la democracia, restablecidas desde 1980 y de allí en adelante se convirtió en una maquinaria de muerte y destrucción. Nada, absolutamente nada justificó tal acción criminal. Guzmán y sus sicarios tras décadas de crueldad, no se han arrepentido y mantienen a su organización armada.
Antauro Humala, aunque limita más con el folklore político que con algún proyecto serio, cometió el mismo inexcusable error de levantarse contra un gobierno democrático. Asaltar una comisaría citadina con un muy bien armado contingente de comandos y asesinar ante las cámaras de televisión a policías de calle, fue un acto cobarde. Su patanería que incomoda al presidente, lo hace merecedor de un trato especial.
Alberto Fujimori, desde otra perspectiva, también actuó contra el orden constitucional. El golpe de 1992, en plena vigencia de la institucionalidad, no tenía otra justificación más que el recurso a la arbitrariedad. Cuando se las ingenió para zafarse de los pesos y contrapesos concentrando la autoridad en la presidencia, se dedicó a montar una cleptocracia sin precedentes y a organizar desde las fuerzas armadas un aparato criminal.
Quien pretenda homologar las solicitudes de amnistía e indulto de estos condenados, con la tradición de perdonar tras las dictaduras a los insurrectos de entonces, se equivoca de medio a medio. La insurgencia contra la opresión de las dictaduras es un principio que corresponde al ejercicio de las libertades civiles y políticas.
Muy distinto es lo que hicieron los reos señalados. Uno, criminal por fanatismo ideológico, el otro confuso militarista desfasado y por último el expresidente, que grita su inocencia sobre los cadáveres de los jóvenes y niños asesinados por sus esbirros de Colina, tienen en común que pisotearon los valores constitucionales y que no se arrepienten
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