¿Qué hizo la China de
Mao por su patrimonio cultural? ¿Qué involucra y determina la idea y política
de la fuerza blanda cultural de Xi Jinping?
Veamos. El gobierno de Mao Tsetung[1] en 1957 atravesaba un
difícil contexto internacional principalmente por su alianza con la Rusia de
Kruschef y optó por una política de apertura a la crítica y competencia de
ciencias y cultura dentro de China, con el cliché de “Dejad que florezcan cien flores; dejad que cien escuelas del
pensamiento compitan entre sí”. De aquí que no tardaron en sacudirse
numerosas críticas al sistema político y económico del gobierno que
evidenciaban un golpe a la popularidad[2].
La cita "Que se abran cien Flores y que compitan cien escuelas"[3] o en otra traducción “Que cien flores se abran, y compitan cien
escuelas ideológicas”[4] resulta una premisa
política bastante distanciada del ejercicio de libertades del régimen, sin
embargo es una generalidad que podría ser mencionada por un liberal a ultranza
o por un anarquista, sin mayor desacuerdo. Este período fue breve,
experimental, y antecedente que sustentó la autocrítica para el sobre beneficio
sin perjuicios, nuevamente en categorías de Mao, de las fuerzas productivas
culturales y la construcción de sus instituciones.
Obviedad aparte, la política estatal o
la administración de Cultura y su difusión nace con la experiencia política y
conducción de Mao Tsetung, quien en el momento de lucha contra la oligarquía
como secretario de Prensa y Propaganda del Partido Comunista de China recorrió
todas las provincias de la gran China. Por eso consideraba al frente cultural
como columna para nutrir la posición de clase en cuanto refiera a arte y literatura
(Tsetung 1971; 67-80), para llegado el avance del gobierno frente a las
resistencias, lograra canalizar y catalizar formas de difusión
instrumentalizando la suma de historias y asignando importancia, en categorías
marxistas, a los trabajadores de la cultura (Tsetung 1971; 185-187), en materia
de formación escolar proyectada también con la transformación de la vieja
ópera, que esto significa la modernidad y el progreso edificado desde la
cultura del pueblo con sus principios y sobre las necesidades reales y no
imaginarias.
Lo cimentado por Mao y reformado por
Deng en materia de Cultura, hoy atraviesa por la profundización e
intensificación a cargo del presidente Xi Jinping[5] que recoge 30 años de un
Ministerio de Cultura que se ha dedicado intensamente a la difusión y
protección, pero no con fines de ponerle coto a las inversiones en
infraestructura, sino de conjugar con ellas, de experimentar en producir un
recurso cultural, una fuerza cultural, en concepto de Xi, la fuerza blanda
cultural, que es la punta de lanza y prioridad superior para la revitalización
de la nación y el sueño chino.
Entiéndase que se estila que
gobernantes utilicen en el discurso ciertos pasajes de heroísmo nacional o que
se apele a historias victoriosas para exacerbar emociones, sin embargo en las
políticas chinas se ha construido un andamiaje muy sólido entre la prédica del
socialismo con peculiaridades chinas (modernidad) y la nación milenaria (pasado
heroico y suma de diversas historias, etnias, dialectos, etc.) que se vinculan
a los valores positivos y a una ética superior. Es decir, el discurso no es
superficial, sino que tiene arraigo social [o al menos en las formas] y se
dispone transversal en su sistema político, siendo además una experiencia planificada
de nación.
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