La sentencia de muerte suspendida por dos años, impuesta a Gu Kailai, esposa de Bo Xilai, hasta hace poco estrella en ascenso en el Partido Comunista Chino, no es más que una raya más al tigre en los serios problemas que envuelven a la segunda economía del mundo.
A dos meses del Congreso del partido, que por lo menos ya se sabe que debe ser cada diez años, que se basa en un acuerdo no escrito de renovación de la envejecida cúpula, (aunque ahora los eligen sesentones), el juicio le cierra el camino a Bo a ser uno de los nueve miembros del Comité Permanente del Buró Político del PCCH.
A la señora la acusan del asesinato de Neil Heywood, un exagente inglés dedicado a los negocios. La trama, digna de John le Carré, incluye envenenamiento con cianuro, incineración del cadáver sin autopsia -por orden del jefe de la Policía de Chongquin subordinado de Bo- y según la desconsolada Gu, le dio la mortal bebida porque amenazaba al hijo.
Hasta allí nomás llegó la justicia china, lo suficiente para que la acusada acepte la pena y se someta al rito que la alta jerarquía mantiene para sus extraviados. Esto es, no fusilarlos de inmediato como al resto de los mortales, sino darles la oportunidad del “buen comportamiento”. Así evitan una reacción a favor de Bo, quien lideraba el ala izquierda del partido y cuya popularidad crecía junto con el desarrollo económico de su alcaldía en Chongquing. El nuevo líder se proclamaba maoísta y había promovido que en los parques de su ciudad las masas entonen viejas canciones revolucionarias.
La pareja no solo releía las obras de Mao Zedong, sino que a tono con el pragmatismo imperante, había acumulado una fortuna de varias decenas de millones de dólares. De hecho, el asesinato de Heywood tiene que ver con desavenencias por el porcentaje a cobrar por sacar una fuerte suma al exterior.
La corrupción de la dirigencia partidaria es generalizada y el método practicado es el de involucrar a toda la familia. La fórmula no es muy complicada. En un país donde creen que el estado de derecho es un invento de Occidente, el nepotismo no está sancionado y el robo de alto vuelo mientras no se descubra, tampoco. Así, esposas e hijos, primos y sobrinos, se dedican a montar empresas proveedoras del Estado y si son de alta tecnología, mejor.
La dictadura del partido controla la economía, la política y la sociedad. El tema es que el exitoso camino chino al capitalismo se hace sobre la explotación de una gigantesca mano de obra con salarios bajísimos, que prácticamente vive en las fábricas, descansan una semana al año y no tienen seguridad social. El desarrollo del capitalismo ha generado cincuenta millones de ricos, lo que incluye a todos los dirigentes, y una gran desigualdad social.
Pese a que no hay libertades, los analistas calculan que las protestas sociales de más de quinientas personas llegan a medio millón al año y el temor es que su expansión mundial venda el modelo completo.
A dos meses del Congreso del partido, que por lo menos ya se sabe que debe ser cada diez años, que se basa en un acuerdo no escrito de renovación de la envejecida cúpula, (aunque ahora los eligen sesentones), el juicio le cierra el camino a Bo a ser uno de los nueve miembros del Comité Permanente del Buró Político del PCCH.
A la señora la acusan del asesinato de Neil Heywood, un exagente inglés dedicado a los negocios. La trama, digna de John le Carré, incluye envenenamiento con cianuro, incineración del cadáver sin autopsia -por orden del jefe de la Policía de Chongquin subordinado de Bo- y según la desconsolada Gu, le dio la mortal bebida porque amenazaba al hijo.
Hasta allí nomás llegó la justicia china, lo suficiente para que la acusada acepte la pena y se someta al rito que la alta jerarquía mantiene para sus extraviados. Esto es, no fusilarlos de inmediato como al resto de los mortales, sino darles la oportunidad del “buen comportamiento”. Así evitan una reacción a favor de Bo, quien lideraba el ala izquierda del partido y cuya popularidad crecía junto con el desarrollo económico de su alcaldía en Chongquing. El nuevo líder se proclamaba maoísta y había promovido que en los parques de su ciudad las masas entonen viejas canciones revolucionarias.
La pareja no solo releía las obras de Mao Zedong, sino que a tono con el pragmatismo imperante, había acumulado una fortuna de varias decenas de millones de dólares. De hecho, el asesinato de Heywood tiene que ver con desavenencias por el porcentaje a cobrar por sacar una fuerte suma al exterior.
La corrupción de la dirigencia partidaria es generalizada y el método practicado es el de involucrar a toda la familia. La fórmula no es muy complicada. En un país donde creen que el estado de derecho es un invento de Occidente, el nepotismo no está sancionado y el robo de alto vuelo mientras no se descubra, tampoco. Así, esposas e hijos, primos y sobrinos, se dedican a montar empresas proveedoras del Estado y si son de alta tecnología, mejor.
La dictadura del partido controla la economía, la política y la sociedad. El tema es que el exitoso camino chino al capitalismo se hace sobre la explotación de una gigantesca mano de obra con salarios bajísimos, que prácticamente vive en las fábricas, descansan una semana al año y no tienen seguridad social. El desarrollo del capitalismo ha generado cincuenta millones de ricos, lo que incluye a todos los dirigentes, y una gran desigualdad social.
Pese a que no hay libertades, los analistas calculan que las protestas sociales de más de quinientas personas llegan a medio millón al año y el temor es que su expansión mundial venda el modelo completo.
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