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jueves, 1 de marzo de 2012

Tribuna Libre - Católica y Plural. Por Agustín Haya de la Torre


El pleito de la Universidad Católica del Perú con el Vaticano pone de relieve las diferentes formas de comprender el catolicismo en la propia Iglesia. El conflicto ha ido escalando desde 1990 con el documento ExCorde Ecclesiae, mediante el cual Roma intenta renovar la sujeción de sus centros académicos a la disciplina teológica.

El conflicto actual no se puede entender sin tomar en cuenta la evolución de las tendencias. La Católica se funda como una reacción de los sectores tradicionales ante el positivismo imperante en San Marcos, que pese a ser entonces elitista, tenía ciertos resquicios que dejaban entrar aires intelectuales distintos a la verdad eclesiástica. Durante casi medio siglo la nueva universidad, la única particular, fue el baluarte de una formación profesional conservadora y oligárquica.

Las cosas empezaron a cambiar, entre otras razones, por el surgimiento de una corriente social cristiana progresista y de avanzada, que le daba a su fe una orientación política. Esta fuerza con sus propios matices y divergencias, se consolidó, extendiendo un fenómeno visible en otras universidades católicas de Europa y América Latina.

En los sesenta el cLima ya era distinto. El espíritu de la casa, al estilo de José de la Riva Agüero, parecía un fantasma fuera de forma. Las juventudes democristianas hacían política sin rubor, alentadas por catedráticos que tuvieron el mérito de mantener un alto nivel académico. La convivencia con diversas posiciones y la poderosa influencia de teologías liberadoras, la sacaron del aislamiento, la acercaron a la realidad y la volvieron plural.

Un inteligente rector, Felipe Mac Gregor, jesuita de firmes convicciones, supo modular el proceso. Hasta se enfrentó con sagacidad a una larga dictadura militar que menospreciaba la vida universitaria.

Un factor decisivo en el nuevo Lima lo produjo el aggiornamiento impulsado por Juan XXIII desde el corazón de la iglesia romana. El papa Ángelo Roncalli elegido en su ancianidad como un pontífice de transición, acabó haciendo una revolución. Impuso normas de austeridad, combatió el lujo, se preocupó de los bajos salarios de los trabajadores de su pequeño estado, modernizó la liturgia. Publicó encíclicas que marcaron época y convocó al Concilio Vaticano II que puso a la Iglesia al día con el siglo XX.

El cuadro se completa con la actitud de otro importante dignatario, el cardenal Juan Landázuri Ricketts, hombre de espíritu conciliador y tolerante, que no se alteró porque la universidad admitiese la diversidad.

Esta Universidad, que de alguna manera es el resultado de la apertura y la renovación que impulsaron el Papa bueno y las corrientes democristianas, es lo que ahora quieren derogar. Los ánimos inquisitoriales han vuelto con fuerza y pretenden desalojar a notables académicos católicos, que sin abandonar un milímetro de su fe, creen que La Libertad, la democracia y el estado laico, son lo mejor para todos

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