El pleito de la Universidad Católica del Perú con el
Vaticano pone de relieve las diferentes formas de comprender el catolicismo en
la propia Iglesia. El conflicto ha ido escalando desde 1990 con el documento
ExCorde Ecclesiae, mediante el cual Roma intenta renovar la sujeción de sus
centros académicos a la disciplina teológica.
El conflicto actual no se puede entender sin tomar en cuenta
la evolución de las tendencias. La Católica se funda como una reacción de los
sectores tradicionales ante el positivismo imperante en San Marcos, que pese a
ser entonces elitista, tenía ciertos resquicios que dejaban entrar aires intelectuales
distintos a la verdad eclesiástica. Durante casi medio siglo la nueva
universidad, la única particular, fue el baluarte de una formación profesional
conservadora y oligárquica.
Las cosas empezaron a cambiar, entre otras razones, por el
surgimiento de una corriente social cristiana progresista y de avanzada, que le
daba a su fe una orientación política. Esta fuerza con sus propios matices y
divergencias, se consolidó, extendiendo un fenómeno visible en otras
universidades católicas de Europa y América Latina.
En los sesenta el cLima ya era distinto. El espíritu de la
casa, al estilo de José de la Riva Agüero, parecía un fantasma fuera de forma.
Las juventudes democristianas hacían política sin rubor, alentadas por
catedráticos que tuvieron el mérito de mantener un alto nivel académico. La
convivencia con diversas posiciones y la poderosa influencia de teologías
liberadoras, la sacaron del aislamiento, la acercaron a la realidad y la
volvieron plural.
Un inteligente rector, Felipe Mac Gregor, jesuita de firmes
convicciones, supo modular el proceso. Hasta se enfrentó con sagacidad a una
larga dictadura militar que menospreciaba la vida universitaria.
Un factor decisivo en el nuevo Lima lo produjo el
aggiornamiento impulsado por Juan XXIII desde el corazón de la iglesia romana.
El papa Ángelo Roncalli elegido en su ancianidad como un pontífice de
transición, acabó haciendo una revolución. Impuso normas de austeridad,
combatió el lujo, se preocupó de los bajos salarios de los trabajadores de su
pequeño estado, modernizó la liturgia. Publicó encíclicas que marcaron época y
convocó al Concilio Vaticano II que puso a la Iglesia al día con el siglo XX.
El cuadro se completa con la actitud de otro importante
dignatario, el cardenal Juan Landázuri Ricketts, hombre de espíritu conciliador
y tolerante, que no se alteró porque la universidad admitiese la diversidad.
Esta Universidad, que de alguna manera es el resultado de la
apertura y la renovación que impulsaron el Papa bueno y las corrientes
democristianas, es lo que ahora quieren derogar. Los ánimos inquisitoriales han
vuelto con fuerza y pretenden desalojar a notables académicos católicos, que
sin abandonar un milímetro de su fe, creen que La Libertad, la democracia y el
estado laico, son lo mejor para todos
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