Pensamiento libre sin ideología es como coito asistido

viernes, 15 de febrero de 2013

Papus interruptus - Por Agustín Haya de la Torre

Con este título el diario francés Liberation analiza en un editorial escrito en perfecto latín la renuncia de Benedicto XVI, leída también en el idioma de la Roma clásica. Con cierta ironía resalta que en pleno siglo XXI, el mundo entero siga atento a los avatares de una iglesia de veinte siglos que mantiene vivas doctrinas, costumbres y hasta vestimentas, que parecen inmunes al tiempo.

La abdicación del papa Joseph Ratzinger solo tiene como antecedentes cuatro casos semejantes
. Los dos primeros de los obispos Ponciano y Clemente en los primeros siglos del cristianismo de las catacumbas. El siguiente ocurrió en 1294 cuando Celestino V, un anacoreta que vivía en una cueva, dejó el cargo y Dante lo mandó al infierno. El antecedente más cercano se remonta a 1415, cuando Gregorio XII abandona el solio en pleno cisma de Occidente, una época de papas guerreros que se disputaban a sangre y fuego el poder.

El pontífice alemán aduce su avanzada edad y su fragilidad física para seguir a la cabeza del catolicismo. Sus ocho años de reinado han sido tensos y difíciles. Hombre de doctrina, intelectual coherente con sus principios, tuvo que enfrentar el gravísimo problema de la perversión sexual de sacerdotes y jerarcas que abusaron por décadas de niños y la codicia de banqueros corruptos que se aprovechan de los secretos y la liberalidad de la banca vaticana.


Desde que se convirtió en religión de Estado en la última fase del imperio romano y sobre todo desde el Renacimiento para acá, el poderío y la influencia de la Iglesia Católica es uno de los factores claves para entender la cultura occidental. Institución compleja, hace del arcano su forma de ejercer y resolver los asuntos del poder. Con 1200 millones de fieles, sobre todo en América y Europa, la palabra de sus líderes es un componente inevitable en la política internacional.
Ratzinger es un conservador y como brazo derecho de Juan Pablo II se encargó de desmontar las reformas del Concilio Vaticano II. Volvió a la misa en latín, exoneró a los lefvrevianos, convirtió en una cruzada la defensa del celibato eclesiástico, la oposición a los anticonceptivos y a la unión entre homosexuales.


Su secretario personal le robaba sus papeles privados. Era la consecuencia de enfrentar la lacra de la pederastia, practicada desde la cúpula de órdenes enteras como los Legionarios de Cristo. Cuando suspendió al poderoso líder de la orden, Marcial Maciel, un maldito violador de menores, demostró que tenía las agallas suficientes para enfrentarse a los lobos. La Legión se había convertido, junto al Opus Dei y Comunión y Liberación, en uno de los tres pilares de la ola conservadora que impulsó el papa polaco.

Su integridad lo llevó a confrontar algo que se llama Vaticalia, el entresijo de intereses financieros mafiosos que aprovechan las ventajas off shore de la banca divina. Quienes lo acosaron se preparan a copar el próximo cónclave.

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