Michelle Bachelet alcanzó una notable votación del 62% en su reelección
como presidenta de Chile. No hay que olvidar que acabó su periodo
anterior con más del 80% de aprobación, caso raro entre los mandatarios
latinoamericanos que normalmente terminan muy desgastados.
La Nueva Mayoría que encabezó la lideresa del Partido Socialista, sin
perder a los componentes históricos de la Concertación Democrática que
reabrió “las grandes alamedas de la historia” tras el oscuro período
dictatorial de Augusto Pinochet, trae novedades significativas, tanto
programáticas como orgánicas.
El gobierno de Sebastián Piñera, el
primero de talante conservador elegido tras la larga hegemonía de la
Concertación, respetó los términos constitucionales pero no dio la talla
para generar apoyo a sus medidas neoliberales. Más bien sirvió de
blanco para criticar la privatización de la educación impuesta desde la
dictadura, esquema que los gobiernos siguientes no modificaron.
La
protesta estudiantil ganó las calles y fraguó un nuevo liderazgo
universitario, en su mayoría militantes de la izquierda. Las enormes y
sostenidas movilizaciones reclamaban el fin de un modelo excluyente, que
convirtió a la educación pública en una de pago. Camila Vallejo, joven
comunista, se erigió en el símbolo de la rebeldía y las consecuencias de
la fuerza desatada sensibilizaron a las dirigencias. Así por primera
vez desde la nueva etapa que vive el país del sur, el arisco Partido
Comunista aceptó incorporarse a la coalición de centro izquierda y sus
héroes juveniles encontraron la forma de llegar a la Cámara de
Diputados.
Michelle Bachelet lanzó su candidatura con una
propuesta renovadora. Recogió la protesta estudiantil para incluirla
como uno de sus principales puntos programáticos. La reforma de la
Constitución, pesada herencia del militarismo, ocupa un lugar
privilegiado en el programa democratizador de la candidata socialista.
Un cuarto de siglo después, el momento de ponerle punto final a los
rezagos del autoritarismo y poner como eje la búsqueda de la igualdad y
la cohesión social, encuentra una correlación propicia.
Los retos
del nuevo gobierno no son pocos, pues la vara la coloca bastante alta,
confiada en que va a dirigir una sociedad madura e integrada, donde la
extrema derecha parece un recuerdo del pasado y los nuevos conservadores
practican la pluralidad y defienden el estado de derecho.
Una
sorpresa desconcertante resultó el alto nivel de ausentismo, como
consecuencia del voto voluntario. Sorprendente porque la sociedad sureña
posee un alto nivel de civismo. La conversión del voto de un deber en
un derecho como que los impelió a librarse de una obligación. Ello no
deslegitima en absoluto el triunfo puesto que como sucede en las
democracias con voto no obligatorio, los inasistentes no confrontan los
resultados.
Bachelet representa, pues, un nuevo y valedero
esfuerzo por plasmar un nuevo modelo de democracia social
en la región.
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