Decenas de miles de personas marchan por calles y plazas de
las principales ciudades del mundo, en protesta por la crisis económica. Este
movimiento que empezó en España a mediados de mayo de este año, se ha expandido
ante la hondura de la recesión.
Bautizado desde sus orígenes como el movimiento de los
indignados, tan singular nombre tiene que ver con la dificultad para encasillar
la protesta. No son los “altermundistas”, ideologizados y militantes de los
foros antiglobalización, que surgieron impulsados por ecologistas y variados
grupos de izquierda desde los noventa. Estos nuevos manifestantes no parecen
tener anclajes ideológicos, son la expresión de un estado de ánimo de aquellos
golpeados por el Desempleo y los recortes sociales, como consecuencia de una
situación que no generaron.
Acostumbrados a los beneficios del estado de bienestar,
distantes de los partidos políticos y más lejos aún de los manejos económicos,
no entienden cómo la crisis internacional que moviliza dineros por miles de
millones para salvar a los bancos quebrados, los maltrate de esa forma.
Estos ciudadanos estuvieron relativamente pasivos mientras
las recetas del neoliberalismo a ultranza desregulaban las economías y
anunciaban una bonanza sin límite. Creyeron que todo iba bien hasta que la
burbuja estalló el 2008. Salen a las calles años después de que el proceso se
iniciara, pues confiaron como muchos que la situación mejoraría, gracias a la
poderosa intervención pública para evitar el naufragio.
En Europa las cosas han ido de mal en peor y las medidas de
austeridad se dirigen, cada vez más, contra el estado de bienestar. Esto es lo
que el ciudadano de a pie no entiende. Si desde los años ochenta el discurso de
Margaret Thatcher y Ronald Reagan alentaron el tsunami neoliberal, narrando que
el mercado resolvía todo, no les es fácil comprender de pronto que ha pasado.
Los economistas más lúcidos dijeron siempre que el
capitalismo es cíclico y muchos de los más rigurosos, sin llegar a las
conclusiones de Carlos Marx, como Joseph Schumpeter o los postkeynesianos,
señalaban la inevitabilidad de los ciclos con picos y depresiones, para
entenderlo. Schumpeter postula que el capitalismo se autodestruye por los
mismos mecanismos que le permiten generar riqueza. Llegado al punto crítico, se
reinventa con nuevas tecnologías que traen cambios profundos.
En estas semanas los indignados han llegado a Wall Street y
han vuelto a copar la emblemática Plaza del Sol en Madrid. La crisis se trae
abajo gobiernos de cualquier signo y pone contra la pared a los responsables de
los bancos centrales y las políticas económicas. Si algo está quedando claro es
la necesidad de aplicar políticas de regulación seria y racional y promover
impuestos que hagan que los ricos paguen más y que los dineros públicos salidos
de sus bolsillos, no sirvan sólo para salvar a banqueros codiciosos.
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