LA PRIMERA respuesta, decidida y enérgica ante la explosión de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos, fue la del ultraliberal George W. Bush, que nacionalizó e intervino directamente en los gigantescos bancos de inversiones y en las financieras que empezaban a quebrar masivamente.
En Europa, el conservador Nicolás Sarkozy fue más allá y habló de “refundar el capitalismo” ante las desastrosas consecuencias de la especulación financiera y la liberalización de los mercados. Los bancos insignia del capitalismo financiero se hundieron uno tras otro. La catástrofe fue sofrenada con medidas que por momentos, más que keynesianas recordaban el más puro estilo soviético.
El mundo se enteró entonces de la irresponsabilidad absoluta a la que lo había llevado el dogma neoliberal, cuando se constató que el mercado de derivados superaba en diez veces a todo el producto planetario.
La crisis no se ha resuelto y ahora tiene como epicentro a Europa. Desde entonces han ido cayendo países como Irlanda, Islandia, Portugal, Polonia y desde hace un año amenaza severamente a Grecia. Incluso golpea a España, que tiene su propia crisis inmobiliaria y que acaba de nacionalizar tres de sus más importantes cajas de ahorros.
Atenas no logra conjurar un déficit público cercano al 13% que compromete a toda la Eurozona, precisamente por la moneda única. Si cae Grecia, cae el euro, y ello ha llevado a intensas discusiones sobre las medidas más convenientes. Alemania intenta retomar la batuta pero en sus condiciones, imponiendo políticas de austeridad. Los norteamericanos insisten en las políticas de estímulo.
Dos visiones de cómo sacar al sistema del atolladero, que tienen que ver con el escaso margen que les queda ante lo acuciante de la deuda y las severas repercusiones sociales que causan las propuestas. Uno de los efectos paradójicos es que ahora los ultraliberales le quieren pasar la cuenta a Obama del desastre que causaron las políticas de Bush. En el viejo continente sucede otro tanto. Los gobiernos socialistas son derrotados por una crisis que no causaron pero que tienen que administrar.
La crisis se manifiesta en una reducción mundial del crecimiento y no se descarta una nueva recesión. Los precios de los minerales y productos agrícolas oscilan a la baja mientras los estados recapitalizan a los bancos con dineros públicos.
Esta situación prueba una vez más que el capitalismo sin control no funciona. Cuando invade las relaciones sociales y captura la política, acaba por autodestruirse.
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