Pese al tiempo transcurrido, no deja de sorprender que otra vez se esté discutiendo sobre la caracterización de esta banda armada y sus organismos de fachada. Como si fuera un fenómeno reciente, se suceden extraños debates sobre si son terroristas o narcotraficantes e incluso si se les debe permitir participar en la vida democrática porque “hay libertad de pensamiento”.
Aun más raro suele ser escuchar a los generales sobre cómo enfrentarlos en combate. Desde los que reclaman “cercarlos” en selvas tropicales hasta los que creen que sólo con más tropas acabarán con su existencia, contribuyen al enredo.
Datos tan elementales como que los Quispe Palomino, la facción ahora más activa de la banda, están en los valles de los ríos Ene y Apurímac desde los años ochenta y que desde entonces estaban aliados con los narcos, “protegiendo” a los cultivadores ilegales de coca, parecen perderse en el olvido. Hasta criterios de manual de cómo enfrentar tácticas guerrilleras se han difuminado.
La propia palabra guerrilla, diminutivo del español guerra, se incorpora al idioma militar como la respuesta de los patriotas españoles ante la invasión napoleónica de 1808. Había sido tratada por Sun Tzu veinticuatro siglos atrás y desde Clausewitz y Mao Zedong pasando por Andrés Avelino Cáceres o el Che Guevara, ha sido sistematizada incontables veces. Lo primero que se aprende es que son partidas que luego de cada operativo desaparecen, reintegrándose a sus labores civiles. El perfecto enemigo invisible que hace tan difícil que los ejércitos regulares las derrote en poco tiempo.
Cuando están en esa posibilidad es porque se mueven al decir de Mao, como peces en el agua. Tienen la suficiente base social para dar golpes mortales y diluirse en una población que de alguna u otra manera los apoya.
Es probable que esta pérdida de memoria tenga que ver con varios factores. El triunfalismo y la corrupción Fujimorista debilitaron a las Fuerzas Armadas y policiales. La dictadura tras éxitos importantes como la captura de Guzmán y el rescate de los rehenes de la embajada de Japón, dio por cerrada la lucha antiterrorista. Luego la ortodoxia de sus ministros de Economía, hasta ahora dominante, no encontraba ningún cálculo favorable de “costo beneficio” para mejorar la calidad técnica y el sueldo de los militares.
Si a esto se añade que no existe un sistema de partidos políticos y son más bien movimientos improvisados los que vuelven a ganar las elecciones, se entiende la ventaja que significa la experiencia acumulada para la banda. Encima, como se ha retomado el sesgo neoliberal de importar empresarios desde la actividad privada e incrustarlos de pronto en la política, el tema se complica.
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