El triunfo de los Hermanos Musulmanes en las primeras elecciones
realmente democráticas de la historia de Egipto, a mediados del 2012,
generó una contradicción insalvable. Si bien la cofradía islamista optó
tiempo atrás por la moderación y una cierta aceptación del
pluripartidismo, desde su fundación en 1928 busca conquistar el poder
para imponer la sharia, la ley islámica.
Su meta es la teocracia, así tengan que recurrir a estrategias
electorales para llegar al poder. El nuevo presidente Mohamed Morsi,
representaba precisamente a los moderados, pero en el año de gobierno,
su propósito de ir a un régimen religioso afloraba con fuerza. Pese a su
capacidad de organización partidaria y a su influencia de décadas en
otros países de la región, no demostraron certeza para administrar la
enorme y compleja sociedad egipcia.
El país entró en un periodo
de modernización desde la revolución militar de Gamal Abdel Nasser en
1952, que derrocó al rey Faruk y puso término a la dependencia del Reino
Unido. El nacionalismo de los militares impulsó movimientos semejantes
en varios países árabes, cuyo dominio se extendió por largo tiempo en
Irak, Siria y Libia, principalmente. La nacionalización del petróleo y
la cercanía al bloque soviético, los convirtió en actores de la política
internacional.
El nacionalismo militar rigió hasta el
derrocamiento de Hosni Mubarak el 2011. Ello no modificó de manera
sustancial el papel del ejército como árbitro de la política.
Profundamente insertado en el manejo de la economía y con un fuerte peso
social, constituye el pilar de un republicanismo autoritario que quiere
tutelar la transición democrática.
La contradicción abierta por
el triunfo de una fuerza religiosa no podía durar mucho tiempo. Si bien
usaron el sufragio universal y ganaron limpiamente, sus objetivos no son
democráticos. Tarde o temprano el callejón sin salida se estrecharía.
Las amenazas contra las libertades civiles y la ineptitud, sacaron de
nuevo a las calles a los ciudadanos que volvieron a repletar la
emblemática plaza Tahrir, la plaza de la liberación.
El ejército
decidió dar el golpe e instaurar un gobierno provisional, con la promesa
de convocar elecciones en breve plazo. En la crisis lograron recomponer
la correlación de fuerzas al romper la coalición islamista y atraer a
su lado a los salafistas, antiguos aliados de Morsi.
La violencia
ha cobrado varias decenas de muertos y el futuro resulta incierto. El
país se ha polarizado y nada asegura que la antigua Hermandad no vuelva a
ganar elecciones como hasta ahora.
El dilema exige superar
políticas tradicionales, so capa de repetir otra etapa de dictadura
militar, solo que Los políticos dialogantes de todas las fuerzas afrontan un reto
de enorme envergadura. O vuelven al pasado bajo la amenaza permanente de
una guerra civil o logran colocar las bases de una democracia plural,
con los militares en sus cuarteles.
ahora con la Hermandad indignada por su expulsión del
poder.
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