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miércoles, 10 de julio de 2013

La encrucijada egipcia. Por Agustín Haya de la Torre

El triunfo de los Hermanos Musulmanes en las primeras elecciones realmente democráticas de la historia de Egipto, a mediados del 2012, generó una contradicción insalvable. Si bien la cofradía islamista optó tiempo atrás por la moderación y una cierta aceptación del pluripartidismo, desde su fundación en 1928 busca conquistar el poder para imponer la sharia, la ley islámica.

Su meta es la teocracia, así tengan que recurrir a estrategias electorales para llegar al poder. El nuevo presidente Mohamed Morsi, representaba precisamente a los moderados, pero en el año de gobierno, su propósito de ir a un régimen religioso afloraba con fuerza. Pese a su capacidad de organización partidaria y a su influencia de décadas en otros países de la región, no demostraron certeza para administrar la enorme y compleja sociedad egipcia.

El país entró en un periodo de modernización desde la revolución militar de Gamal Abdel Nasser en 1952, que derrocó al rey Faruk y puso término a la dependencia del Reino Unido. El nacionalismo de los militares impulsó movimientos semejantes en varios países árabes, cuyo dominio se extendió por largo tiempo en Irak, Siria y Libia, principalmente. La nacionalización del petróleo y la cercanía al bloque soviético, los convirtió en actores de la política internacional.

El nacionalismo militar rigió hasta el derrocamiento de Hosni Mubarak el 2011. Ello no modificó de manera sustancial el papel del ejército como árbitro de la política. Profundamente insertado en el manejo de la economía y con un fuerte peso social, constituye el pilar de un republicanismo autoritario que quiere tutelar la transición democrática.

La contradicción abierta por el triunfo de una fuerza religiosa no podía durar mucho tiempo. Si bien usaron el sufragio universal y ganaron limpiamente, sus objetivos no son democráticos. Tarde o temprano el callejón sin salida se estrecharía. Las amenazas contra las libertades civiles y la ineptitud, sacaron de nuevo a las calles a los ciudadanos que volvieron a repletar la emblemática plaza Tahrir, la plaza de la liberación.

El ejército decidió dar el golpe e instaurar un gobierno provisional, con la promesa de convocar elecciones en breve plazo. En la crisis lograron recomponer la correlación de fuerzas al romper la coalición islamista y atraer a su lado a los salafistas, antiguos aliados de Morsi.

La violencia ha cobrado varias decenas de muertos y el futuro resulta incierto. El país se ha polarizado y nada asegura que la antigua Hermandad no vuelva a ganar elecciones como hasta ahora.

El dilema exige superar políticas tradicionales, so capa de repetir otra etapa de dictadura militar, solo que Los políticos dialogantes de todas las fuerzas afrontan un reto de enorme envergadura. O vuelven al pasado bajo la amenaza permanente de una guerra civil o logran colocar las bases de una democracia plural, con los militares en sus cuarteles.                                 
ahora con la Hermandad indignada por su expulsión del poder.

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