El mecanismo constitucional obliga a sumar 87 votos, inalcanzables para alguna fuerza en solitario, dada la fragmentación política existente. El que no haya mayoría parlamentaria del partido que ganó la presidencia, no es novedad desde que se restableció la democracia. La correlación fue más sencilla durante el mandato de Alejandro Toledo, por una alianza estable con el grupo de Fernando Olivera y la condescendencia de otros. El Apra no pudo forjar ningún pacto formal y optó con habilidad por acuerdos puntuales. Con apenas 36 congresistas, dio siempre la impresión de formar mayoría.
Humala con casi medio centenar de parlamentarios no ha repetido la historia. Si bien no se le partió la bancada por la mitad, como sucedió el 2006 con la UPP, que pasó a votar casi siempre con la célula aprista, sufrió escisiones de su ala izquierda. Sin embargo, la falta de destreza y de brújula le pasan la factura.
Han tramado una alianza para cubrirse mutuamente con Perú Posible, al extremo de degradar un inevitable acuerdo político en una repartija. La pretensión de imponer candidaturas de poca calidad, generó el indignado rechazo de la sociedad civil y de las minorías parlamentarias.
No quedó otro camino más que dejar sin efecto la elección del paquete, ante los demoledores argumentos contra la falta de idoneidad de los propuestos. El propio Presidente de la República, padre putativo de la fea criatura, decide jalarle la alfombra al día siguiente de la votación.
La protesta sacó a las calles a miles de personas en todo el país, cuando existe un creciente descontento por la imposición de leyes arbitrarias, como la del servicio civil que vulnera el pacto colectivo, la del abusivo reclutamiento militar de los pobres o la que arrasa con la autonomía universitaria.
Como muchos preveían, Humala parece repetir la historia del ecuatoriano Lucio Gutiérrez. Coronel golpista el 2000, formó una alianza con las federaciones indígenas y grupos de izquierda para ganar las elecciones el 2003. Al poco tiempo se desembarazó de sus electores y convirtió su nacionalismo en otra expresión de la política tradicional. Derrocado tras dos años, enfrenta al presidente Rafael Correa.
Pese a todo, nuestra institucionalidad posee mecanismos más
sólidos. El Congreso vuelve sobre sus pasos, lo que resulta positivo. Para evitar aventuras, las fuerzas democráticas deben retomar las políticas de Estado del Acuerdo Nacional y el Plan Bicentenario, que este gobierno desdeña, para retomar con claridad el rumbo democrático y abandonar de una vez las fantasías reeleccionistas y la pesadilla golpista.
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