Pensamiento libre sin ideología es como coito asistido
lunes, 7 de octubre de 2013
Oficinas públicas cerradas o semidesiertas, museos, monumentos y parques nacionales sin atención al público por falta de empleados, la NASA en suspenso, por el recorte presupuestal. Washington paralizado por el desconcierto de miles de empleados devueltos a sus casas por falta de pago.
Una crisis que ocurrió por última vez en el gobierno de Bill Clinton, pero cuyas motivaciones alcanzan ahora una mayor perversidad. El objetivo inmediato apuesta por traerse abajo la reforma sanitaria ya aprobada. La medida, una de las principales banderas electorales del presidente Barack Obama, no es ninguna estatización de la seguridad social, sino una fórmula mediante la cual el Estado ayuda a los que por sus escasos ingresos no alcanzan a tener ningún seguro de salud, a contratar uno con las aseguradoras privadas,
Una asociación público privada para resolver la desigualdad que genera el sistema, encubierta por el ideologismo conservador como que la sociedad produce por una fatalidad del destino, ganadores y perdedores. Cuando suman cuarenta millones de personas, el tema remece sus cimientos y debe ser resuelto imperativamente.
La oposición radical a las políticas públicas la encabeza el Tea Party, movimiento surgido desde la gigantesca crisis causada por la quiebra del sector financiero. La economía neoliberal de la supuestamente sofisticada “ingeniería financiera”, acabó en una gigantesca estafa que hundió a los grandes bancos de inversión. Para evitar el colapso, Bush y los responsables de la Reserva Federal se convirtieron en fervorosos estatistas, rescatando a los quebrados con miles de billones de dólares del erario público.
La maniobra salvó al sistema pero no evitó la dimensión de la crisis, solo equiparable al crack de la Bolsa de 1929. Como suele suceder se cumplió al pie de la letra aquello de que las ganancias de los privados quedan en sus manos y las crisis se socializan.
La derrota republicana llevó al gobierno el discurso progresista del Partido Demócrata. Obama puso en la agenda la necesidad de atender la desigualdad generada por los neoconservadores, propiciando el gasto público en la educación, la salud y la seguridad social.
Aquí apareció este sector de las clases medias y populares profundamente reaccionario, que cree que el Estado debe reducirse al mínimo y mejor si no existe. El discurso contra las políticas sociales, la burocracia y los impuestos alcanzó ribetes que asombran por su radicalidad y simpleza. La idea del Estado mínimo llevada a su máxima expresión. Actuando como la extrema derecha del Partido Republicano, su presencia facciosa en el Congreso muestra un fenómeno difícil de digerir.
Los mueve la idea de la soberanía absoluta del individuo que por su propio destino debe alcanzar el éxito. Los que no se vuelven ricos son solo perdedores, seres humanos de dudosa calidad. La simiente para un conflicto de envergadura está sembrada.
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