Hace unas semanas una nota periodística alertaba sobre la campaña de Keiko Fujimori en Apurímac y otras ciudades del interior con la consigna de gastar el dinero que sea necesario para asegurar la posición del fujimorismo en las elecciones del 2014[1]. Ante los trascendidos sobre una disputa en el interior de Fuerza Popular, rápidamente negaron la versión[2] y han redoblado sus esfuerzos en captar candidatos y alinearlos a una red de agrupaciones independientes que con buen financiamiento esperan tomar una serie de alcaldías y gobiernos regionales que respalden la campaña del 2016, en la que tienen que vencer no sólo a otros candidatos sino también al antifujimorismo, el rival que los venció el año 2011. Con el jerarca Fujimori vencido en la cárcel y siendo acusado por nuevos crímenes, frente a lo cual no le ha quedado otra cosa que victimizarse [3], se perfila un afianzamiento del comando de campaña de Keiko con miras a las próximas elecciones.
La
estrategia de Keiko es básicamente la misma que ha mantenido vivo al
fujimorismo hasta el día de hoy: liderazgo absoluto de una cúpula ligada a la
familia, captación de cuadros técnicos vendidos al mejor postor, organización
de frentes fachada que permiten cero fiscalización y un discurso de glorificación
de los noventas a demesdro de “la clase política tradicional”. A pesar de lo
que puedan pensar algunos intelectuales y columnistas, mucha gente sigue viendo
a ese esquema vertical sin contrapesos la manera más eficiente de gobernar el
país, y las sucesivas votaciones lo han demostrado.
Sin
embargo, Keiko parece tener dos limitaciones. La primera es que el legado político
de su padre se va desvaneciendo por el paso del tiempo; sus fortalezas –hace obras
eficientemente, orden, seguridad- no son suficientes para una generación que
mal que bien ha visto la modernización del Perú sin un Fujimori al frente. El
otro problema fundamental del fujimorismo es que si bien Keiko se muestra
aplicada, no tiene ningún mérito propio para mostrar; sólo recordar su record
congresal y su papel relativamente callado en la oposición (para ser la fuerza
principal en el congeso) hacen que su candidatura sea débil a largo plazo.
Aún así, el
fujimorismo sigue siendo la fuerza más homogénea del país, y de no pasar algo
en los próximos meses lo más posible es que veamos al país tornarse naranja el
2014. Avisados estamos, el fujimorismo aún no ha hecho un mea culpa de ninguno
de sus errores, y parecen estar convencidos que pueden ganar sin hacerlo.
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