Alan García no solamente termina su tercer periodo como presidente, sino que además es el presidente que entrega al Perú al cumplimiento de sus doscientos años de vida. Es cierto, hemos madurado y hemos avanzado mucho, pero seguimos siendo un país joven y eso se nota en nuestras instituciones, ellas siguen siendo tan impúberes, débiles e indefensas, parecieran nunca lograr sacar cuerpo.
Y es que el panorama con el que entramos al inicio de nuestra tercera centuria, a pesar de los grandes avances en materia económica, sigue siendo, como lo ha sido a lo largo de los años que como nación tenemos, incierto.
Recordemos no más la llegada de García a su tercer mandato. Y es que tras el gobierno de Ollanta Humala, el Perú siguió siendo el mismo, el proyecto nacionalista en alianza con la autodenominada izquierda socialista o marxista peruana, fue como todo los proyectos de estos grupos, una gran estafa. No llegó nunca el cambio social, la redistribución terminó restringiéndose a una gran billetera estatal, aunque dejando grandes inyecciones de dinero donde estallaba algún conflicto social, lo que sólo generó mayor corrupción y empoderamiento a favor de pequeñas élites económicas regionales. Teniendo además, por encima de todo, la sensación de estar bajo el lenguaje de cuartel, muy característico del presidente nacionalista.
Ollanta nunca se acordó de Diez Canseco y compañía, prefirió al más puro estilo toledista hablar de la gobernabilidad para aliarse con otra gente. Los izquierdosos progres se acomodaron rápidamente en la burocracia estatal, tal como sucedió en el gobierno de Perú Posible en el 2001-2006 y en el transitorio que encabezó Paniagua el 2000, olvidándose así, de todos sus reclamos, por un plato de lentejas. Los chicos ex PUM (ex BM, ex BID, ex PNUD, ex FMI), se cansaron rápidamente de ser parte de la comidilla pública y jamás pudieron cumplir su promesa de poner a García tras las rejas.
Lo único que hicieron fue relanzarlo a la palestra nacional como jefe de la oposición, al defenderse éste de manera espectacular en el antejuicio que se le hizo en el parlamento nacional, en dónde desarmó todo tipo de acusación en su contra. Además, le dieron a García el motivo perfecto para empezar una depuración partidaria debido a los escándalos de corrupción encontrados, de los que García fue el único que siempre salió bien librado, perfilando así el APRA a su imagen y semejanza, para que sea nuevamente su maquinaria electoral.
La derecha siguió haciendo política desde sus medios de comunicación y sus sindicatos empresariales. Los militares intentaron amagar, pero Ollanta acomodó rápidamente a los oficiales de su promoción y les dio una jugosa chequera para reflotar a las Fuerzas Armadas y así cuidarnos del fantasma chileno, muy presente en los sueños mojados del ex comandante.
Así el campo quedó libre para elegir nuevamente al menos peor, como dicen los huachafos, en la segunda vuelta del 2016. Nuevamente Keiko Fujimori volvía a rozar la presidencia, pero esta vez, era el gran “cuco” García su oponente, y el que terminaría quemando nuevamente el sueño de volver a los fujimoristas. Cosas curiosas, muchos se volvieron a tapar la nariz para ir a votar y más chistoso aún fue ver cómo el grupo “No a Alan”, encargado de impedir que García volviese al poder nuevamente, terminó votando por Alan, con tal de no votar por Keiko.
El tercer gobierno de García empezó entonces como también empezó el segundo, sin luna de miel y con muchos anticuerpos. Pero esta vez García tenía la cancha libre, lo que quedaba de lo que alguna vez se llamó izquierda peruana era uno que otro dinosaurio barbón. Y ni qué decir de la derecha, que se alineó rápidamente para proteger sus intereses. Así García se dedicó a hacer lo que mejor sabe hacer, comunicar, convirtiéndose en el actor principal de la política peruana y en la mayoría de los casos en el único actor real capaz de solucionar problemas.
Y así comenzaron a correr los años de su gobierno, con un García más ágil, debido tal vez a la baja de peso que consiguió tras reducir su estómago antes de la campaña, y encima sin un rival al frente que lo pare. De este modo pasó a convertirse en una especie de abuelito de todos los peruanos, del que todo el mundo rajaba, pero que bien o mal siempre se hacía extrañar. Pero como todo buen abuelito, se olvidó también de muchas cosas, sobre todo, de las reformas que el Perú venía aguantando ya doscientos años. Prefiriendo así un gobierno engreidor en vez de transformador.
Al final de cuentas, la principal promesa de García estaba cumplida, había entrado en la historia. No solamente se convirtió en el presidente que más tiempo gobernó, sino que lo hizo democráticamente y no en periodos seguidos.
La otra gran promesa, no se cumplió, no se modernizó el Perú, no se incentivó el desarrollo de instituciones, mucho peor, el sueño presidencial de García destrozó la única institución política con la que contaba el país, pues del viejo partido de Haya de la Torre, sólo queda ya una pequeña fotografía de la cara de Haya de la Torre.
Jaicec Espinosa
http://jaicec.blogspot.com
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