Susana Villarán ha cumplido medio año al mando de la alcaldía de Lima y hace frente a una crítica generalizada por su inoperancia. Incluso importantes fuerzas políticas hablan ya de su revocatoria.
Desde 1980 en que se restablecieron las elecciones municipales tras los largos doce años de dictadura militar, no había sucedido algo parecido. Villarán ganó las elecciones al frente de su partido Fuerza Social en una intensa campaña política donde derrotó a rivales de fuste. No fue un triunfo cualquiera puesto que se trataba de uno de los pequeños partidos que intentaban resucitar la vieja votación de la Izquierda Unida, desaparecida el siglo pasado.
Doña Susana, tras una fugaz presencia en el gabinete de ocho meses de Valentín Paniagua, decidió reactivar su proyecto político y lanzarse a la presidencia de la República el 2006. No tuvo suerte pero persistió con las elecciones municipales. Uno de sus rasgos distintivos había sido siempre su crítica filuda a los grupos de la extinta IU por su eventual falta de preparación para hacer política.
En estos 180 días se ha empeñado en denunciar a su predecesor por cualquier cosa que le parezca “corrupta”. Los limeños han visto sorprendidos como se levantan parques y jardines por supuestos defectos en su construcción y se cambian febrilmente placas y nombres de proyectos y hasta se ha anunciado la suspensión de obras viales hasta el 2012, mientras revisan su pureza.
Dedicó sus primeros meses a una comisión investigadora sobre el caso Comunicore, pese a que este ya estaba judicializado. Sin tener mayores atribuciones y en lugar de aportar pruebas al proceso, si las había, concluyó la investigación en una dura acusación por corrupción contra Castañeda, el día previo a que el Ministerio Público archivara el caso.
La cereza que corona el pastel de este negligente comienzo, es una ordenanza que sería muy divertida si no fuera por el grado de ignorancia que revela. Resulta que quieren obligar a los locales comerciales a colgar un letrero que diga: “Promovemos la igualdad en identidad de género y orientación sexual”, como si la sexualidad tuviese que ser reglamentada. Es decir, seguramente los ciudadanos y ciudadanas reclamaran inmediatamente mayores precisiones para saber como todos los locales comerciales deben “promover” la orientación sexual de sus clientes.
Al parecer todos tendremos que darnos grandes muestras de cariño cuando vayamos a algún mercado o a cualquier tienda. Los cafés y restaurantes de Lima se verán obligados a esta promoción sexual de sus parroquianos y seguramente la competencia por quien lo hace con mayor intensidad será digna de atención planetaria.
Este caso como su vocación integrista que cree que todo es corrupto, tiene que ver con una muy débil comprensión de la democracia y el estado de derecho, así como de las nociones de eficiencia y capacidad en la gestión pública. Sus agobiadas declaraciones rechazando la transferencia de competencias para que asuma de una vez las funciones de gobierno regional, como manda la ley, demuestran lo dicho.
Cree que es una “trampa de Alan” y responde lanzándose contra el tren eléctrico diciendo que divide a los distritos de sur como el muro de Berlín, 20 años después de que esas vías fueran construidas.
Nada bueno puede salir de esto |
La ciudadanía se siente extrañada y desconcertada ante tanto desacierto. Desde 1980 media docena de alcaldes electos y reelectos, se empeñaron en dejar su impronta en la ciudad. Eduardo Orrego diseñó un plan de desarrollo metropolitano de largo alcance; Alfonso Barrantes pasó a la historia con su millón de vasos de leche; Jorge del Castillo hizo los corredores viales e inauguró el primer tramo del tren eléctrico; Ricardo Belmont sorprendió con sus intercambios viales; Alberto Andrade ordenó el Cercado, acabó con los ambulantes y construyó viaductos. Luis Castañeda con sus escaleras, los hospitales de la Solidaridad y el Metropolitano, quedó en el recuerdo de los limeños.
¿A la doña la recordaremos porque todos andaremos agarrados de la mano?
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