El ojoizquierdista Omar Vía se tomó un break de su pasatiempo de infiltrar grupos políticos, y le dedica una pieza a Evo
Omar Vía
De los últimos hechos ocurridos en el hermano país del Altiplano, el que menos deja impune a los actores de la tribuna oficial es la violencia. Exaltada, sorprendida, parcializada o contrariada, la prensa comenta: “… rechazan [los marchistas] de plano, que [la carretera que construye la empresa brasileña OAS] atraviese el Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis), reserva natural de 1,200 millones de hectáreas, como insiste Morales, cuya imagen de indigenista y ecologista se ve afectada por el conflicto”.
Como para nadie es secreto, el presidente Evo Morales llegó al poder con un discurso “indigenista” en el que no daba ventaja a nada que estuviera por arriba de las aspiraciones de la población “autóctona y cobriza” boliviana. Incluso cambió la Constitución del país para que sea un “estado unitario social de derecho plurinacional comunitario” donde lo indígena sea aparentemente privilegiado. Una denominación que en países urgidos de prontas soluciones a tantas demandas inconclusas es vulnerable a malinterpretarse y deformarse en resentimiento, clasismo, racismo y peores vicios sociales. Con todo, el mismo presidente se autodenomina “aimara”, como si eso le diera mayor raigambre en un país tan mestizo como cualquiera de los nuestros. Lo cierto es que ahora tropezó con “su misma gente”.
Sucede pues, que la algidez y caldeo del momento político en Bolivia no ha empezado con la marcha de protesta contra la construcción de la carretera por la empresa brasileña OAS, que comenzó en junio del año pasado, ni tampoco detiene su amenaza con la solución de este conflicto en particular, sino que tiene como segundo tiempo la realización de unas inéditas elecciones de jueces y magistrados. La población no quedará, ya, sosegada.
No tratemos, entonces, de dar la misma mirada al hecho, de poderse. Es verdad que la gesta “indígena” cobra una dimensión ecologista y constitucional por haberse consultado a las comunidades si querían que la carretera atraviese su territorio sólo ahora que el enfrentamiento produce, al parecer, algunas muertes y muchos titulares. Pero ¿por qué los “indígenas” no protestaron desde el inicio de la construcción de la obra? ¿Hay, más allá del drama social vigente, un choque de fuerzas productivas campesinas (entre cocaleros y alternativos)? Y tengamos en cuenta que los cocaleros organizados apoyan aún al presidente Evo.
No menos tensas serán las protestas que vayan plegándose a un reclamo generalizado, encendiendo aún más la oposición en el país vecino. Y se comprueba con los constantes cambios en el gobierno con la renuncia de más de un ministro (Interior y Defensa) y funcionarios de fuste y talla política, que acompañaban al gobierno hasta ahora. La expresión más dura contra la violencia en la represión de los manifestantes tal vez estuvo a cargo de la ex-ministra de Defensa, Cecilia Chacón, quien dimitió «porque no quiero convertirme en un instrumento de la derecha, de la oposición, que lo que pretende es atacar el proceso de transformaciones estructurales y dañar la imagen de nuestro presidente», según dijo.
En el paro del 28/09/11 decretado por la COB (Central Obrera Boliviana) convocó de manera masiva a los trabajadores, comunidades indígenas, estudiantes (de quienes estaremos expectantes en su accionar, por mostrar un rechazo panorámico a la gestión, pronunciándose al respecto que “es necesario, que haya un cambio de políticas de Estado, un cambio de mentalidad al servicio de los supremos intereses de Bolivia”), colectivos urbanos, artísticos, etc. Por tanto sería inútil no percatarse y prever que la crisis que afronta el Gobierno de Evo Morales va a profundizarse.
Ante ello, mucho juicio y no poca guardia de nuestra parte con los hechos que se susciten en los siguientes días, para no ser ajenos ni estar distanciados de los protagonistas de los rumbos que se vayan vislumbrando en la agitada y luchadora historia de nuestra Indoamérica. Perú y Bolivia siempre tendrán muchos intereses cercanos y un destino común dentro de la inevitable integración democrática de nuestro continente.
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