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jueves, 26 de septiembre de 2013

El poder oscuro. Por Agustín Haya de la Torre

La destitución del obispo de Ayacucho Gabino Miranda, dispuesta por el Vaticano, alerta al país sobre el grave problema de los crímenes sexuales contra menores cometidos por sacerdotes y autoridades jerárquicas de la Iglesia católica.

El papa Francisco da muestras de combatir el terrible flagelo con firmeza y sin vacilaciones. Sin embargo el mal parece muy arraigado, encubierto por connotados líderes eclesiásticos. Basta ver la débil reacción del cardenal Juan Luis Cipriani y de la orden a la que pertenece el defenestrado.

Menoscaban el delito disfrazándolo como un “pecado” o, en el colmo de la vileza, como “una aproximación imprudente”. Su oficina insinúa que no es un miembro pleno del Opus Dei. En Roma hay mar de fondo, lo demuestra tanto la decisión de suspender a Miranda en sus funciones como la clara postura de monseñor Luis Bambarén, que sintoniza con las nuevas orientaciones.


El tema no puede ser soslayado por las maniobras del clero peruano identificado con la corrupta Curia italiana. Resulta impresionante que en los medios nacionales los escándalos de los últimos años, de mafias dedicadas al lavado de activos en el banco de Dios o los terribles crímenes de pederastia, que obligaron a renunciar a Joseph Ratzinger, pasen a segundo plano. La Iglesia conservadora encabezada por el Opus, demuestra así el poder que consolidó durante la cleptocracia fujimorista.




La razón no es difícil de entender. El pontificado de Juan Pablo II impulsó su hegemonía y la de otras nuevas entidades como los Legionarios de Cristo. Ambas de tradición fascista, vinculadas al poder económico y que no por casualidad ponen el acento en la formación educativa de sectores acomodados.

El franquista José María Escrivá, conocido por cambiar sus apellidos para dárselas de aristócrata y por sus enfermizas torturas corporales, logró que su obra sea reconocida como una prelatura personal del papa polaco.

El caso de Miranda da cuenta de la impresionante y aterradora dimensión de la violación de niños por religiosos en todo el mundo. Los Legionarios de Cristo mantuvieron por décadas el perfil de una orden reaccionaria, muy cercana a Karol Wojtyla. Recién tres años atrás salió a la luz pública que su líder y fundador, Marcial Maciel, era padre de varios hijos de los que abusaba sexualmente junto con otros jóvenes de su congregación, a quienes sometió sistemáticamente durante todo el tiempo que la dirigió.

El monstruo pasó la vida entera delinquiendo y, apenas lo denunciaron, una falsa compasión lo
refugió en un convento. El éxito de su carrera criminal lo explica el secretismo de este tipo de organizaciones y por cierto la protección del poder económico y de la Curia.

Jorge Mario Bergoglio, sensibilizado ante tal degradación moral, quiere cambiar las cosas, pero aún debe remar fuerte contra la corriente. La Iglesia no puede ocultar las pruebas por las que expulsó al ayacuchano. Al contrario, si quiere rectificar debe entregarlas a la justicia civil.

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