La guerra civil en Siria lleva más de dos años y la crueldad de Bashar al Asad y su clan para mantenerse en el poder no encuentra límites. Desde las revueltas que originaron la llamada primavera árabe, el régimen de Damasco, en el poder desde el golpe de 1970, suma más de cien mil muertos y dos millones de refugiados.
El hambre de poder de la dictadura no repara en usar armas químicas contra sus enemigos, los que a su vez representan una coalición de intereses encontrados difícil de digerir, entre otras cosas por la presencia de fuertes contingentes de Al Qaeda.
La situación lleva a que el presidente Barack Obama con su intención de intervenir durante sesenta días, olvide los postulados pacifistas de su campaña electoral y anuncie una invasión a todas luces inaceptable. El Premio Nobel de la Paz está al borde de cometer el mismo error que tanto denostó a George Bush, quien en su respuesta exacerbada ante los ataques del 11 de setiembre, metió a los Estados Unidos en un callejón sin salida en Afganistán y en Irak.
Obama sostenía un discurso lúcido y coherente contra la guerra que despertó la ilusión. Sin embargo, pese a las catástrofes militaristas provocadas por su antecesor, se encuentra de pronto hablando el mismo idioma guerrerista de los republicanos del Tea Party.
Si las anteriores intervenciones consiguieron el paraguas de las Naciones Unidas o de la OTAN, ahora la Casa Blanca no logra ningún respaldo significativo, salvo el de Francia. Francois Hollande comete un error de cálculo mayúsculo, pues si creyó que iba a lograr cierto liderazgo europeo, encuentra que el Parlamento británico derrotó la postura intervencionista del primer ministro y de que la Alemania de Angela Merkel rechaza de plano cualquier aventura militar.
Como si el tiempo pasara por gusto, otra vez la opinión internacional escucha hablar de operaciones quirúrgicas, focalizadas en la destrucción de las armas químicas, a más de proclamar la contundente brevedad de las mismas. La realidad demuestra siempre otra cosa: que los invasores acaban siempre generando mayores problemas que los que intentan resolver, empantanándose en contradicciones nacionales que no entienden y de las que luego no pueden salir.
Las Naciones Unidas no van a avalar ningún tipo de intervención por el veto cantado de Rusia y China. A estas potencias tampoco les interesa la democratización de Siria, sino que el país siga bajo su influencia. De alguna manera repiten el esquema de la guerra fría, donde el clan Asad reproduce una dictadura militar estatista que ha cumplido un papel clave en el endeble equilibrio del Medio Oriente.
La guerra desestabilizará el tablero en el Asia Menor y puede prefigurar conflictos mayores. La flota rusa navega en el Mediterráneo y el fundamentalismo iraní sentirá la amenaza. Solo Israel piensa que puede ganar algo aunque la ruleta es demasiado peligrosa para que el beneficio sea duradero.
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