Nuevamente el Congreso de la República debate un proyecto de
ley para extender el matrimonio civil a personas del mismo género. Ya unos
quince países de América y Europa lo aprueban, además de casi un tercio de los
Estados Unidos y dos circunscripciones mexicanas, una de ellas el Distrito
Federal.
La aspiración de homosexuales y lesbianas a gozar de los
mismos derechos que las parejas heterosexuales, les va a permitir vivir con
tranquilidad y plenitud, gozando de todos los derechos legales de quienes
deciden formar un hogar. Desde que en Holanda se legalizara el matrimonio
igualitario el 2001, entonces una novedad, los extremistas lo denigraban como
una peligrosa amenaza social. Más bien sirvió para fortalecer la cohesión
social.
En sociedades donde las tendencias autoritarias y
conservadoras son más acentuadas, el debate alcanza sorprendentes niveles de
primitivismo e intolerancia. Los primeros en salir a la palestra son los
sexólogos con sotana, al parecer grandes expertos en el tema, que sienten la
obligación de imponerles a los demás, desde su no siempre reprimido celibato,
su extraña moral de las relaciones sexuales.
Luego escuchamos las patéticas proclamas del machismo
cuartelero, dispuesto a combatir frontalmente (¿?) la homosexualidad. Hasta se
ufanan de evitar la aprobación de normas contra la violencia sexual.
Como la ignorancia es atrevida, desconocen que el sexo entre
personas del mismo género es parte de la historia de las civilizaciones. A lo
largo del tiempo por ejemplo, en la cultura greco latina forma parte de la vida
cotidiana, florece en las civilizaciones orientales y en las americanas
prehispánicas sorprende a los cronistas. Incluso en la muy cristiana Europa
medieval existen matrimonios religiosos entre hombres, cuyas huellas suelen
registrarse hasta el siglo XX.
La asociación de psiquiatras norteamericanos y su homóloga
de psicólogos, presentaron un amicus curiae ante la Corte Suprema, señalando
que la homosexualidad no es ninguna enfermedad sino una expresión normal de la
orientación sexual.
No existen pues argumentos razonables para oponerse a una
propuesta tan sensata como la presentada por el congresista Carlos Bruce, que
retoma una iniciativa aprista. Sus opositores proclaman dogmas religiosos que
no vienen al caso, pues nadie pide que alguna religión incluya en sus ritos el
matrimonio gay ni tampoco obliga a sus fieles a casarse con alguien de su mismo
género. La propuesta se refiere al matrimonio civil, una institución
constitucional, legal, propia del Estado laico, republicano y democrático. No
tiene nada que ver con las creencias sobrenaturales y sus ritos.
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