Alberto Fujimori dando entrevistas a diestra y siniestra desde su cárcel unipersonal llena de teléfonos públicos, y Vladimiro Montesinos colocando a uno de sus principales operadores en el gobierno, bajo la protección de tres decenas de policías, demuestran un extraño y peligroso enroque del poder en el Perú.
Así como las bandas criminales operan desde las prisiones usando celulares y sobornando a sus vigilantes, sin que nadie hasta ahora sea responsable, de la misma manera, el condenado ex dictador y su mano derecha, autores de toda clase de crímenes desde el poder del Estado, parecen haber retornado a sus mejores épocas.
La trama López Meneses saca a luz el grado de penetración del fujimontesinismo en el corazón del poder. Todo el alto mando de las Fuerzas Armadas y policiales sale comprometido, por acción u omisión. El propio presidente Ollanta Humala tuvo hasta ayer como su asesor principal en materia de seguridad a un exedecán de un general clave de la cleptocracia. Toda la cúpula militar y policial la designa el Presidente de la República y asciende bajo su decisión, poder que la dictadura consagró en la Carta de 1993.
Si en algo trabajaba Adrián Villafuerte era en colocar en las más altas jerarquías a los fieles de la promoción que sirvieron en los noventa. No por gusto apenas tomó el poder, los oficiales de raigambre democrática fueron expectorados uno tras otro.
Colocar a un gánster bajo una costosa y ostentosa protección policial, indica tanto el estilo abusivo de ejercer el poder, típico de la dictadura, como las oscuras tareas que se le encargaron durante 18 meses. Su currículum indica que tiene experiencia en cuanto negocio sucio pueda existir, por tanto hay que suponer que ya lo investiga la Fiscalía y que más adelante sabremos a qué se dedicaba.
La actitud del reo Fujimori resulta escandalosa. Fracasada su estrategia del “enfermo terminal”, pasa a la de estrella mediática, para demostrar cómo nadie se atreve en la prensa a denunciarlo por apología del delito. Argumenta un derecho a la libertad de expresión, inexistente para cualquier condenado por actos criminales, que obviamente publicita con su insolente exhibicionismo.
Fujimori y Montesinos demuestran la baja calidad que le imprimen a la democracia el humalismo y sus aliados. Dos presidiarios que montaron el más grande poder mafioso jamás organizado en el Perú, prueban su fuerza sin tapujos, al punto de volver obligatoria la pregunta de quién gobierna en el Perú.
La extrema debilidad que muestra el gobierno de la familia no puede menos que alarmar al país. Por momentos parece que el paseo de Locumba, que acabó en un picnic pintoresco, le sigue pasando la factura al Presidente o que tras más de dos años, no sabe cómo gobernar.
Los astutos delincuentes hace rato que tomaron nota de la falta de autoridad. Nos traen a la memoria los peores momentos de la anomia social que predominó en los noventa. Solo valen el poder de la fuerza delictiva y el dinero para imponer la arbitrariedad y socavar la democracia.
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