El fallo del próximo 27 de enero, cuando el juez de La Haya
lea la sentencia que resuelva el diferendo marítimo entre Perú y Chile,
significará para el país, 193 años después, el último trazo en la formación de
sus fronteras.
Cuando nació la República, los límites provinieron de la
herencia colonial y en nuestro caso, el asunto acabó en dificultades. El enorme
espacio virreinal creado en 1542 por Carlos I, abarcaba desde Panamá hasta la
Tierra del Fuego, e incluía prácticamente toda la América del Sur; salvo el
Brasil portugués y Venezuela, perteneciente al Virreinato de Nueva España a
través de la Audiencia de Santo Domingo. Dividido por los Borbones en el siglo
XVIII, aparecieron entonces los virreinatos de Nueva Granada y del Río de la
Plata. Luego, por disposición de Carlos III, otra reorganización interna formó
las intendencias.
Sobre sus confines nació la patria independiente, no sin
problemas porque la geografía, todavía inmensa, contaba con una población que
no llegaba al millón y medio de habitantes. Cuando capituló la Corona tras la
batalla de Ayacucho y los realistas abandonaron en 1824 Cusco, su última
capital, ya nuevos países acompañaban al Perú.
En toda la región la definición de los hitos arrastró a
conflictos y guerras fratricidas que nos alejaban del sueño bolivariano. Los
nacionalismos echaron más leña al fuego y llegaron a mezclar reivindicaciones
étnicas en la administración política.
El siglo pasado vio guerras de conquista que al igual que
las del XIX, enfrentaron a hermanos contra hermanos. La singularidad indo o
latino americana, soñada por Simón Bolívar, José Martí, Rubén Darío y Haya de
la Torre, nunca dejó de latir. La corriente integracionista confrontó siempre a
los pequeños nacionalismos de cualquier tipo. Desde la segunda mitad del siglo
XX, no sin complicaciones, la idea de la unidad continental empezó a forjarse.
Los conflictos fronterizos generaban trabas aunque la
exploración de nuevos caminos integradores dio frutos. Por momentos si los
esfuerzos parecen dispersarse, los avances son más importantes. Los países que
superan sus diferencias limítrofes, dan pasos más seguros y ayudan a los demás.
La paradoja histórica enseña que en el imperio colonial,
pese a las grandes distancias, predominó una visión universalista, que llevó a
gobernar vastos territorios, mucho mayores que las posteriores repúblicas.
El término de la disputa marítima con nuestro vecino del sur
debe convertirse en un paso decisivo hacia la integración. Desde Unasur a la
Alianza del Pacífico, fortalecer la relación con Chile forma parte del futuro
de prosperidad democrática al que debemos aspirar. Así como enterramos el
pasado beligerante con Ecuador y convertimos la frontera en un dinámico espacio
regional, lo mismo debe suceder en el sur.
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