Por: Víctor Raúl Trujillo de Zela
El fallo de La Haya sobre el diferendo marítimo entre Perú y Chile es la expresión, cualquiera sea el matiz de su veredicto, del triunfo de la paz sobre la guerra, del dialogo sobre la imposición, y como dice el título de este artículo, de la razón sobre la fuerza. Y es en este contexto que sobresale el histórico mérito de Alan García, porque como dice el profesor chileno Daniel Mansuy, levantó el tema en su primera presidencia y terminó por construir un caso con todos los ingredientes necesarios, convirtiéndose en el portavoz del mandato subyacente de 30 millones de peruanos que exigíamos justicia para así cerrar una herida abierta en nuestros corazones, y lo que es más importante, se logró sin disparar un solo tiro y sin derramar una gota de sangre.
Ahora toca a los gobierno del Perú y Chile, libres de ataduras con el pasado, mirar fraternalmente hacia el futuro consolidando nuestras fructíferas relaciones comerciales y, por sobre todo, la Alianza del Pacífico que también fue una creación, guste o no guste, del líder del Apra, quien visionariamente y con pragmatismo político, tuvo la excelente idea unir a los países de Sudamérica con encomias abiertas y de crecimiento hacia afuera, que han reducido la pobreza creando empleo sostenible, gracias a la inversión privada y al desarrollo de infraestructura. Pero esta tarea todavía está incompleta porque tiene que prepararse para recibir a nuevos miembros y así urgir a la actual administración norteamericana, para que en defensa de la libertad y la democracia representativa, lance el New Deal rooseveltiano para coordinar políticas que promuevan la inversión y el desarrollo sustentable dentro de un interamericanismo democrático, como lo propuso Haya de la Torre para enfrentar a los autoritarismos en el continente.
En cuanto al embanderamiento propuesto por el expresidente Alan García, entendemos que tiene como objetivo celebrar, que con dicho fallo, no le quedará al Perú ningún tema limítrofe pendiente con sus vecinos, por lo que simboliza la alegría de un pueblo que por fin podrá tratar con sus pares sin complejos y sin temores, mirando hacia el futuro como miran los jóvenes que gracias a la revolución de las comunicaciones, no entienden de fronteras y mucho menos de absurdas guerras del pasado.
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