Seis años después de plantear la demanda marítima contra
Chile por parte del Perú, la Corte Internacional de Justicia de La Haya emite
una sentencia que reconoce el paralelo de latitud como límite hasta la milla 80
y a partir de allí, una línea equidistante en dirección sur oeste.
Conclusión ingeniosa que recoge argumentos jurídicos y un
criterio de equidad que no agravie a las partes ni genere mayores problemas de
los que pretende resolver. Incluye cierta creatividad desconcertante, como la
que ve la luz de los faros, colocados de común acuerdo, mucho más allá del
horizonte.
Para el Perú, el tema solo puede entenderse desde la perspectiva del Decreto
Supremo 781 de 1947, cuando José Luis Bustamante y Rivero proclama nuestra
soberanía sobre el mar adyacente hasta una distancia de 200 millas paralela a
la costa, desde los paralelos geográficos que limitan con Chile y Ecuador. Si
bien la Corte descarta el DS por unilateral, sirvió de base para las
posteriores declaraciones sobre zonas de pesca y en particular para el acuerdo
de 1954, denominado “Convenio especial sobre zona fronteriza marítima”, donde
en consonancia a lo ya señalado por Bustamante, quedan reconocidos los
paralelos como límite.
Como solo fija una zona especial de 10 millas por lado desde la milla 12, el
alto Tribunal no asume que tenga las características de un tratado, pero le
sirve para argumentar la preexistencia de una “frontera tácita”, sustento del
statu quo vigente desde el 47 hasta el domingo pasado.
Al definir que el paralelo persiste como límite pero solo hasta la milla 80,
produce un corte sorprendente por la falta de antecedentes en la materia, pero
inteligente para sus propósitos arbitrales: ratifica para Arica su zona de
riqueza pesquera y evita un colapso económico en esa región, cuyas
repercusiones podían generar una crisis interna de envergadura.
Al introducir a partir de allí la equidistancia, le permite al Perú incorporar
21 mil km2 de mar que poseía Chile y de paso afianzar el dominio peruano en
otros 29 mil km2 que aunque fuera del límite chileno, Santiago pretendía
consagrar como aguas internacionales. Así el Perú gana una porción de 50 mil
km2 de mar y Chile mantiene sus pesquerías.
Un fallo salomónico, aunque a diferencia de la leyenda hebrea, nadie renunció a
la criatura sino que ambos países apostaron por una solución civilizada,
encargándole a una instancia de las Naciones Unidas resolver el pleito.
En los dos lados muchos esperaban un triunfo completo, estado de ánimo
comprensible pero que evitaba cualquier solución racional. Felizmente los tres
gobiernos peruanos que manejaron el tema, lo asumieron como política de Estado
y merecen el reconocimiento público. La aceptación del fallo por parte de los
presidentes Sebastián Piñera y Ollanta Humala, es un hito decisivo para
construir un futuro de paz y prosperidad. Ahora para proteger nuestros
intereses, debemos firmar la Convención del Mar.
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