La imagen política de un fanático religioso convertida en líder “antiimperialista” por la propaganda de Hugo Chávez, es insostenible. En su reciente gira por América Latina el presidente de la República Islámica de Irán, Mahmud Ahmadineyad, ha sido presentado como aliado de una campaña de solidaridad contra la “escandalosa amenaza del imperio yanqui”.
Una relación de negocios por asuntos energéticos ha devenido en una cada vez más extraña alianza política, donde el tropicalismo sobrepasa cualquier límite. Irán es una república teocrática desde abril de 1979, gobernada por sacerdotes musulmanes que controlan absolutamente el poder y organizan al Estado y a la sociedad en función de la sharia, la ley del Corán.
Son enemigos declarados de La Libertad y la democracia, del laicismo y la pluralidad. Es un régimen medieval sostenido en la verdad absoluta de una religión, cuyo “Líder Supremo”, el clérigo Alí Jamenei, con sus “fetuas” infalibles, somete la vida social, dirige a las Fuerzas Armadas, las relaciones exteriores, la judicatura, el parlamento y autoriza quiénes pueden competir por un cargo subordinado como la presidencia.
A través de un Consejo de Guardianes, curas chiitas designados por él, supervisa el aparato político y garantiza la fidelidad ciudadana a las pautas pre modernas de su interpretación del libro sagrado. Tiene miles de fetuas, entre otras contra las corbatas, la Música, el arte y el sexo, por cierto.
El propio Ahmadineyad ha hecho a lo largo de su carrera méritos suficientes para erigirse en el preferido de los sectores más reaccionarios. Desde su militancia en la fanatizada guardia del ayatolá Jomeini hasta entrenar niños suicidas para limpiar los campos minados en la guerra con Irak, recibió la aprobación de la jerarquía ultraconservadora contra cualquier atisbo de reformismo en el velo sectario que cubre a la sociedad persa.
Su presencia en la escena internacional se ha caracterizado por negar el holocausto judío y amenazar con su potencial nuclear para acabar con el Satán occidental e imponer su gobierno mundial. Usa los mismos argumentos de Adolfo Hitler contra los judíos, quiere desaparecer de la faz de la tierra a Israel y nunca acepta entrevistas que pongan al descubierto sus limitaciones intelectuales.
Nada más contradictorio que recibir a este líder del oscurantismo religioso bajo el retrato de Simón Bolívar, enemigo de la teocracia colonial, liberal, masón, defensor del libre mercado. Nada más extraño que hacerlo caminar por tierras de hombres libres que hace más de dos siglos superaron la mezcla medieval de política y religión.
Es probable que esté sorprendido de los homenajes que estos infieles le rinden. Sabe que su mar de petróleo le da poder, pero le resultará difícil explicarle al Supremo en los secretos salones de su ciudad sagrada, esta curiosa adhesión de gente que ignora a Mahoma pero prefiere cualquier cosa antes que Washington.
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