El
jueves 12 de enero en el programa televisivo de “Coloquios del Ojo Izquierdo”
que dirige el historiador Hugo Vallenas, y se difunde en el canal de internet
TVI, se levantó un debate acerca de los partidos políticos. Al respecto quiero
señalar lo que considero una llamada de alerta sobre el tratamiento mono –
ideológico que se hace del tema. Así, es importante comenzar señalando que en la entrevista que le hicieran al
ex colaborador emerretista y actual
segundo vicepresidente del Parlamento, Yehude Simon, en el diario La República del día miércoles 11 de enero del 2012, le formularon la siguiente pregunta: “¿Quiere decir que estos procesos [el de la
revocatoria a la alcaldesa de Lima] generan inestabilidad? Producen inestabilidad bárbara: algunos
alcaldes en el primer año empiezan a aprender, algunos no tienen ningún banco
de proyectos para obras y otros ni siquiera tienen presupuesto por deudas
inmensas”. Este tipo de respuesta no podría ser aceptada si hubiese un
sistema de partidos fuerte, pero sobre todo, si la cultura política del
país no estuviese influida por el diletantismo político.
A
partir de ello, considero que el tema de los partidos políticos, su
importancia, su tratamiento desde la institucionalidad, sus críticas en
función a que ya no representan a las grandes mayorías o que están en crisis
(lo que es una muletilla temática entre los "entendidos") ha sido tratado bajo
una perspectiva académica que se reduce
en la formula asociativa siguiente: institución – democracia – sociedad
civil. Habría que decir lo siguiente con
respecto a esta asociación, que es una referencia recurrente de aquellos que
han visto y ven la política desde la sociedad civil y diagnostican la desaparición de los partidos políticos porque arguyen que
éstos están henchidos de corrupción y al hacerlo trasladan este contenido activo
de la política a grupos, círculos, movimientos. Así pues, la academia o
intelectualidad “oficial” parla acerca de la crisis de los partidos políticos y
señala su importancia, pero al mismo
tiempo estigmatiza su presencia, o lo que es más grave, señala la importancia
de la política, al mismo tiempo la estigmatizan.
Entonces tomemos el tema de los partidos políticos no desde la trillada temática de la institucionalidad (que yo no niego como factor importante para la viabilidad democrática), ni desde la mirada de la sociedad civil (concepto político interesante, pero si lo operacionalizamos, hará referencia únicamente a un sector determinado de la sociedad, sí, a ese sector que habla de la “inclusión social” cuando nunca ha tenido necesidades). Por lo tanto, postulo que la problemática acerca de los partidos políticos ha sido tratada desde una mirada sectorial (o acaso clasista o de una “aristocracia” académica marxistoide), y se ha desatendido a ese universo humano que termina configurando lo que la razón de ser de un partido político en función a sus nuevas demandas: el pueblo, sí, ese sector que la academia sólo tiene leído en los textos y se acuerda de él cuando fustiga al sistema para saciar sus mezquinos intereses.
Es así
que cuando se arguye la crítica de los partidos en función a que ya no
representan a las grandes mayorías, se olvida que debido a la movilidad social
se produjo la heterogeneidad social, y que ésta no puede ya ser abordada desde
las obsoletas categorías de “proletario” o ”burgués”, siendo ambos conceptos los
preferidos en la verborrea de la izquierda violentista. Ha sido esta misma
sociedad heterogénea la que brega no por una revolución, sino por la concreción de
sus más inmediatas demandas: trabajo, sueldos dignos, pero no como el resultado
de la lectura de un vademécum, sino desde la conciencia de su ciudadanía. Es
decir, hay que sacudir el monopolio temático de los partidos políticos, a fin
de señalar las reales demandas de la población y en función a ello vislumbrar
cuál podría ser el carácter de la reformulación de estos partidos políticos. Es
decir, analizar la crisis de los partidos políticos, no sólo desde el consenso
de los teóricos duros de la ciencia política (Mainwaring, Tarrow o Huntington),
o lo que podría decir un alicaído Henry Pease o un colaborador a sueldo del
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y la Agencia Sueca de
Desarrollo Internacional (ASDI), el antiaprista Nelson Manrique, que gustan
coquetear con esta literatura escrita para países como los Estados Unidos de Norte América, y
desde ella analizar la realidad
de América Latina. De lo que se trata es
de analizar la crisis de los partidos desde la nueva configuración de la
sociedad, y en esa tarea señalar cuáles podrían ser las nuevas rutas de
comunicación con ese capital social que
los comunistas intentaron desde 1920 reducirla en su análisis a lo
que dictaban Moscú y los Soviets.
En
esa tarea, que no se espanten los puritanos de la política cuando al crearse
nuevos códigos de comunicación con la nueva juventud, éstos no coincidan con las tonadas de la Tercera Internacional,
o los vibrantes discursos de una Cuba en su gesta del Moncada, ya que las
rutas de comunicación serán más modestas y artesanales, como un partido renovado y que dialoga incluso con
los que piensan distinto a él, o que se acerca al ciudadano no con los discursos
setenteros sino con el mensaje de la modernidad y la tecnología; no con la retórica
de la identidad y la cultura, sino con el mensaje de la diversidad y la
apertura a la Globalización. El partido debe ser un reflejo de la sociedad, y
encapsular la sociedad a lo que los “académicos” creen de ella, es un mal
principio para analizar cualesquiera factores de la realidad peruana, entre
ellos, el de los partidos políticos. No se toma en cuenta que los partidos políticos son el espacio donde se desarrolla la profesión de la
política, es decir, un partido político asegura que la política se profesionalice,
a fin de no creer, como lo cree Yehude que en un primer año las autoridades aprenden, o lo que es mucho más
grave aún: creer que hacer política en
la comodidad de la universidad o las ONG’s es lo mismo que ejercerla en el
sector público. Si dudan de esta última afirmación, basta ver la risible gestión de la actual
alcaldesa Susana Villarán.
Finalmente,
el debate está abierto, pero que las categorías de análisis no sean las
“oficiales” de la academia, pues con ello sólo se reproduce lo que dice la
intelectualidad comunista, que, la
historia lo demuestra, hasta ahora no saben cómo articularse en un partido
político.
Hola Bulnes!
ResponderEliminarInteresante apresiación. Es para dar un nuevo giro a nuestras categorías, no sólo filosóficas también políticas, es verdad que los dueños de los conceptos filosófico-político es un sector, que antes perteneceia a la aristocracia terrateniente, y que ahora quiere limpiar su conciencia después de años de opresión política y filosófica, amparandose en el verbo marxista. Pero también hay que pensar nuevamente ese mismo vocabulario teológico-político, ampliandolo hacia la nueva realidad peruana. Pensemos en un espíritu unificador, o nuevos valores que junten a todas las capas sociales. Sin discriminación de ningún genero.
Saludos