La historia del tren eléctrico limeño que
empieza a funcionar luego de un cuarto de siglo, es el fiel reflejo de los
traumas que sobrellevamos cada vez que intentamos convertirnos en una sociedad
moderna y democrática.
Recordemos que fue la propuesta de campaña
de la candidatura de Jorge del Castillo allá por 1986 y que el primer gobierno
de Alan García se comprometió directamente. El planteamiento no era novedoso,
ya para entonces tenía un par de décadas la idea de un metro para Lima. Incluso
se avanzaron estudios y hubo empresas interesadas en su construcción.
Las discusiones siempre estuvieron a la
orden del día. Como suele suceder con toda iniciativa que cambie la vida de la
gente, los opositores al transporte ferroviario masivo no tardaron en
reaparecer. En realidad tampoco estas posturas negativas eran nuevas. Las
tenemos desde que Ramón Castilla echó a rodar LA PRIMERA locomotora y cuando hacia
fines del siglo XIX estábamos a la vanguardia en América Latina, nunca dejaron
de oírse.
En los cincuenta del siglo pasado la
contraparte defendía con ardor la carretera y el automóvil. En sectores claves
de la opinión se afianzó la idea equivocada de que los trenes eran parte del
pasado, demasiados costosos y finalmente vencidos por la cultura del auto.
Cuando se denunciaron irregularidades en su
construcción, encontraron otro pretexto para lanzarse contra el gobierno
aprista. La actitud de Alberto Fujimori fue increíble. Optó por paralizar las
obras para no darle el galardón a García. Recuperada la democracia la historia
no mejoró del todo pues siempre rondaba la sospecha de que el tren era la
gloria del APRA. Por tanto, había que enredar nomás el trámite burocrático.
Con el segundo gobierno aprista las cosas
vuelven a marchar, no sin dificultades por el tiempo transcurrido y la fuerza
de la costumbre de temer lo nuevo. Sacado a pulso y hasta inaugurado con
premura sobre la hora, por fin empezamos el 2012 con el bendito tren
funcionando.
Los agoreros ya anunciaban el fracaso y
apostaban por otros veinticinco años más de parálisis, a ver si así el APRA
desaparecía de una vez. Esta forma de pensar donde se juntan las pasiones de la
vieja oligarquía y las de los herederos de Eudocio Ravines, es la misma que
suele repetirse cuando el país enfrenta los grandes desafíos.
La campaña de peruanos contra peruanos es constante en la historia peruana |
Lo impresionante es que a estas alturas
deberíamos tener en funcionamiento cuatro ramales del tren y nueve corredores
de buses. Ojalá
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