El creador del despacho ministerial de la Suprema Felicidad Social del Pueblo Venezolano resultó su más fiel seguidor. Así lo vemos cantar y bailar las composiciones de Rubén Blades, pese al rechazo del autor, y convocar eufórico a jugar carnavales y a ponerse disfraces.
Todo en medio de las balas, en un cuadro surrealista cuando tras dos semanas de protestas y catorce personas asesinadas, decenas de miles de ciudadanos ocupan las calles en todo el país. Una ola de indignación que la iniciaron los estudiantes de Táchira, hartos de que los asalten en las aulas y que prosiguió como un reguero de pólvora por las principales ciudades, donde la gente, agobiada por la inseguridad y ausencia de bienes básicos, sale a reclamar contra la inflación más alta del mundo.
Antes de cumplir un año en el poder, Nicolás Maduro, el antiguo militante maoísta de la Liga Socialista, sume a su país en el caos. Dudoso mérito que trata de ocultar con su verborrea contra la “conspiración de la derecha internacional”, que lo lleva a expulsar a la prensa extranjera y ahogar aún más a la propia.
El vocabulario del sucesor de Hugo Chávez denota mayor escasez que el de su padrino, pero los insultos “revolucionarios” lo copan por completo. Tiene a toda la juventud estudiantil en contra y, para reprimirla, usa a los “Tupamaros”, siniestras bandas de encapuchados en motocicleta, que desde años atrás campean en la calle. Su impunidad llega al punto de encabritarse con el gobierno que los financia.
Maduro ha conseguido lo que Chávez, pese a su histrionismo no logró: que le pierdan el respeto. Las madres que ven caer a sus hijos asesinados no los lloran, llaman a seguir en las movilizaciones para exigir el fin de la brutal represión.
El chavismo y los maduristas locales pintan la figura de una oposición de “ultraderecha y fascista”, denuncian un paradójico “proceso de golpe de Estado” donde no solo no hay militares sino que las fuerzas armadas sostienen al régimen y viven de él.
Bien podrían averiguar que la Mesa de la Unidad Democrática incluye a demócratas de todo el espectro ideológico. El madurismo nativo pretende ignorar que varias de las más importantes figuras de la izquierda venezolana, militan en la Mesa. Allí están históricos dirigentes de las guerrillas del MIR, antiguos comunistas, personalidades como Teodoro Petkoff y lo que podría ser más sorprendente para la miopía local, hasta Bandera Roja, que en sus épocas marxistas leninistas organizó insurrecciones armadas y que desde los años setenta tiene una fuerte influencia entre los estudiantes universitarios; sin dejar de mencionar que el PCV le muerde la cola a la coalición gobiernista.
¿Qué une a social demócratas, democristianos, izquierdistas y liberales? La democracia, la libertad, los derechos humanos, valores esenciales que el promotor de la Suprema Felicidad no entiende, pues supone que pueden reemplazarse con el clientelismo social de la renta petrolera.
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