El reciente número de la revista The Economist analiza la relación entre política y negocios para referirse al “crony capitalism”, el capitalismo de los amigotes. Toma como ejemplo la reciente caída del primer ministro de Ucrania, Víktor Yanukóvich, a quien le descubren un piso en la zona más cara de Londres.
En un rápido repaso, el artículo recuerda cómo en las últimas décadas, y sobre todo desde la ola de privatizaciones y la desregulación en las economías emergentes, el poder político apaña una nueva clase de magnates. El recuento de las situaciones que crea a los nuevos oligarcas nos lleva de Rusia a la India, de Turquía al este de Europa, en un cartabón que repite las mismas características y provoca indignación en las sociedades afectadas.
Potencias en ascenso sufren el fenómeno de lo que Paul Krugman llama los “ricos indignos”. En China un tercio de los multimillonarios son militantes o familiares de los altos dirigentes del Partido Comunista. En India, el histórico Partido del Congreso de Ghandi y Nehru, puede perder por treinta o cuarenta puntos de diferencia las próximas elecciones de mayo ante la coalición derechista del BJP, tras una década de imparable corrupción.
En Brasil, los nuevos ricos apadrinados por el Partido de los Trabajadores ponen las barbas en remojo y en México, el nuevo gobierno del PRI toma medidas para disminuir el dominio de los monopolios, amamantados por décadas desde el propio Estado.
En el corazón del gran capitalismo, las reformas desreguladoras que llevaron a la Gran Recesión, multiplicaron la riqueza procreada desde el poder, en las finanzas, el sector inmobiliario y la explotación de recursos naturales.
En el Perú el tema sigue viento en popa desde los noventa. Entonces, como lo verificó la Comisión Diez Canseco en un importante informe que el Congreso aprobó en el período de Alejandro Toledo, los mecanismos privatizadores de la dictadura provocaron un festín que impulsó una nueva casta de ricos.
Ahora mismo las denuncias contra congresistas y ministros que usan el poder para enriquecerse, parecen el pan de cada día. El último escándalo no tiene antecedentes: el mismo día que el Congreso vota la confianza por estrecho margen al nuevo primer ministro, la Comisión de Fiscalización le abre investigación por contratar ilícitamente con el Estado cuando ocupaba la cartera de Vivienda. En el sainete lo acompaña otra ministra que pasa por el mismo trance.
En el panorama internacional, para vergüenza propia como vemos, no nos quedamos cortos. La emblemática revista británica cree que hay que salvar al capitalismo de los capitalistas y explica cómo la corrupción que mezcla política y negocios, genera su némesis: una nueva clase media, más culta, que paga sus impuestos y que no está dispuesta a tolerar la degradación. La buena señal parece todavía distante en una sociedad como la nuestra donde un fuerte e inconsistente segmento cree que hay que tolerar al político que roba pero hace obra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario