Tengo un especial cariño por mis amigos del PPC, en especial por los más jóvenes, los de mi
promoción. Veo, desde mi militancia aprista, con profundo respeto su organización, fundamentalmente por lo que representan como partido político para la institucionalidad democrática en un país con muy pocas organizaciones que la sostengan y cuyo destino ha estado marcado por el autoritarismo y los odios políticos. Admiro al más viejo de sus militantes, fundador y líder histórico, Luis Bedoya Reyes, quien con inusitada grandeza nos dio a todos los peruanos una lección de decencia y desprendimiento al rechazar la Presidencia de la Constituyente de 1978-1979 en favor de quien se lo merecía por legitimidad y cantidad de votos, a Víctor Raúl Haya de la Torre. El Tucán, de esa forma, le negó el paso a la histórica mezquindad que ya tanto daño nos había hecho. Con ese preámbulo se aprobó una constitución que recogió modernidad, sensibilidad y muchos derechos civiles y sociales. Nos pusimos de acuerdo.
Digo esto porque he visto extrañado el innecesario ataque del precandidato ppcista a la Alcaldía de Lima, Pablo Secada, contra lo que él denomina "Trilogía del Mal", dentro del cual ha ubicado a Alan García (asumo que para él, el APRA sería la "Estrella de la Muerte") y otros dos personajes a los que no me compete defenderlos ni siquiera nombrarlos. Ellos, según el mencionado personaje, pretenderían cerrarle el paso a su "decente y renovadora" candidatura. Por supuesto, toda esta fantasía construida con un prejuicioso antiaprismo, un ego antipatiquísimo, prepotente soberbia y la pendejada de pelearse con un enemigo grande para ponderarse electoral y políticamente, en definitiva, colgarse del saco de García. Ya lo hemos visto tantas veces en la historia. Además, impulsado por un intento desesperado por defenderse de la más terrible acusación que pueda tener un hombre, el maltrato a una mujer.
Secada, ha quebrantado toda una tradición política de buen y respetuoso contendor como la que el PPC había demostrado aún dentro del fragor de la batalla política, donde uno suele decirse literalmente de todo. No solo pareciera haberse impregnado del formato antiaprista de sus ex-aliados electorales en el último proceso de revocatoria, sino que con tanta falta de ubicuidad se atrevió a disparar duras críticas sobre la gestión interna de mi partido y aderezó sus prejuicios argumentando que los libros de historia estaban plagados de actitudes como las que denunciaba, aludiendo directamente a los 90 años de historia del APRA. Es una lástima comprobar que la representación de la renovación ppcista no ha pasado de ser un hombre con fluidez de cifras, ya que, o no ha leído los libros que dice haber leído o simplemente no ha procesado y entendido la historia como un proceso más complejo si no como un anecdotario de valoraciones parcializadas. Se abrió un frente de manera tonta e inútil.
Por último, su militancia relativamente nueva podría explicar algunas de estas actitudes, aunque no las denuncias por maltrato contra su esposa. Los últimos descargos de ella solo han podido hacer difusa la comprensión del tema pero no salvarlo de las naturales suspicacias en un momento en que la gente está más consciente de la lacra que representa la violencia contra la mujer. Un feminicidio a la semana en la capital no es poca cosa. Tal vez por ello me da bronca que haya usado a un emblema, con virtudes y defectos, de la política nacional como es el APRA, para eludir las explicaciones que su militancia y la ciudadanía esperan. Así, dicha actitud ha generado divisiones y encontrones en el Partido del mapa. Erráticos de un lado y desaforados de otro han mostrado una mueca que el PPC no nos acostumbra a dar. Espero todo mejore por el bien de la democracia nacional.
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