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jueves, 6 de junio de 2013

Autonomía universitaria. Por Agustín Haya de la Torre


Cada cierto tiempo los parlamentos deciden volver sobre el tema de la universidad, aunque no necesariamente generan un debate representativo y de nivel. Sin embargo la probable reforma deriva casi siempre por la tentación no solo burocrática sino autoritaria.
 
Ahora parece que vuelven a la agenda los alcances de la autonomía universitaria, intentando limitarla. Proponen crear un ente estatal que normaría la vida académica, lo que resulta muy peligroso. La autonomía como independencia del poder político de la vida académica, tiene su origen en la vieja idea de la universitas como comunidad de docentes y estudiantes, que permitió el alumbramiento de las universidades en los albores del Renacimiento europeo.

El desarrollo de la cultura humanista y el nacimiento de la ciencia surgen de esa característica primordial. En América Latina la idea vuelve al primer plano a comienzos del Siglo XX, cuando los cánones decimonónicos de las clases dominantes anquilosan la vida en las aulas. La educación superior convertida en patrimonio del poder económico y político incluso religioso, acabó aislándose de los procesos de cambio que transformaban las relaciones productivas, sociales y culturales en la época.

La camisa de fuerza empezó a romperse gracias a la acción de un vigoroso y juvenil movimiento reformista que desde las universidades de Córdoba y La Plata pronto alcanzó a toda la región. Brillantes generaciones reformistas de intelectuales y políticos marcaron buena parte de la andadura continental durante el siglo pasado.








La autonomía frente al poder enfrentó siempre a las dictaduras que intentaban suprimirla, esterilizando la inteligencia. La Constitución de 1979 les devolvió la autonomía aunque no el respaldo económico. Las leyes privatizadoras llevaron a que hoy día exista un centenar de universidades, la mayoría particulares. En los cuadros internacionales aparecen menos de una veintena de ellas, las primeras recién en el puesto 601, trescientos puestos por debajo de las mejores de la región, que son brasileñas y mexicanas.

La cantidad de universidades muestra un dato de la realidad y su desventaja no podrá superarse con intervenciones forzadas desde el poder. El dilema encontrará mejores pautas fortaleciendo la autonomía, pues la universalización de la red informática, herramienta clave de la sociedad del conocimiento, convierte en igualmente planetaria la educación.




El proceso de globalización marca el paso y si las universidades en el Perú quieren subsistir, no les queda más remedio que ponerse al día con lo mejor de las corrientes internacionales. Antes que crear más burocracia, probablemente de baja calidad, pues con seguridad que sus funcionarios serán reclutados por método digital (el índice del ministro de turno), debe consignarse una partida presupuestal que convierta a los docentes en investigadores y reoriente el Consejo de Ciencia y Tecnología para que sostenga un plantel de científicos de alto nivel, produciendo conocimientos.

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