(este artículo se publica momentos antes del pronunciamiento negando el indulto al ex dictador Fujimori)
Meses atrás el fujimorismo lanzó la campaña por el indulto de su líder, condenado a 25 años de prisión por crímenes de lesa humanidad. Todo el aparato mediático montado durante años de corrupción, desde que los periodistas y dueños de los medios recibían montañas de dinero, demostró que sigue vivo.
Meses atrás el fujimorismo lanzó la campaña por el indulto de su líder, condenado a 25 años de prisión por crímenes de lesa humanidad. Todo el aparato mediático montado durante años de corrupción, desde que los periodistas y dueños de los medios recibían montañas de dinero, demostró que sigue vivo.
Una bien orquestada publicidad trató de convencer a la
opinión pública que el reo sufría un cáncer terminal. Titulares, primeras
planas, lacrimosos comentaristas, intentaron por todos los medios de lograr su
propósito. Grotescas fotografías en primer plano de una lengua herida ocupaban
carátulas como prueba irrefutable.
Pasado el tiempo, los médicos no solo comprobaron que no
alcanzaba la condición de enfermo terminal sino que el mal no calificaba como
cáncer. La propaganda sufrió un serio traspié, pero la demora del gobierno en
resolver el tema les permite volver a la carga.
Otra vez la parafernalia fujimorista salió con todo. Desde
el Cardenal hasta adversarios perdonavidas, creen que cuatro años en una
prisión dorada resulta demasiado. En realidad la campaña empezó al minuto de su
sentencia, cuando el abogado defensor anunció que en tres años saldría libre
por las supuestas irregularidades del proceso.
Ahora el argumento para la compasión proviene de su
depresión. Pese a que pasa el tiempo en la única cárcel dorada del país y
probablemente del continente, con amplio espacio, visitas a discreción,
comunicación con quien quiera y atención en las clínicas más caras de la
ciudad, no le acomoda.
Así pretende arrinconar al presidente Ollanta Humala,
dedicado a deshojar margaritas. Si da el indulto, la demanda de las víctimas
llegará sin duda alguna y con toda razón, a la Corte de San José. Tal escenario
desprestigiará al Perú y acabará por convertir a Humala en un paria. Si dice
que no, enfrentará el disgusto de la bancada del sentenciado, aunque el
enfrentamiento no pasará de un lío de entre casa.
El juicio y la sentencia resultan ejemplares en la historia
del Perú. Por primera vez quien usufructuó en su beneficio el poder y pisoteó
la Constitución y las leyes, paga sus culpas. Fujimori destruyó la
institucionalidad democrática, saqueó el erario nacional, montó un gigantesco
aparato de corrupción manejado desde el espionaje y cometió crímenes tan
bárbaros como los de Barrios Altos y La Cantuta. No olvidemos que no solo la
justicia peruana lo juzga sino que a raíz de la extradición, la Corte Suprema
de Chile aceptó las pruebas presentadas por el Estado peruano y resolvió
entregarlo.
La manía de la dictadura de grabar las fechorías cometidas
permitió que viésemos los millones de dólares robados abiertamente. Un
testimonio demoledor que no se completó porque el propio condenado secuestró centenares
de videos y documentos de la casa de su socio. La prisión de quien ni siquiera
se arrepiente de sus graves delitos, es una prueba para la recuperación moral
de la sociedad peruana, aquejada por el cáncer de la corrupción que compra
conciencias.
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